Esto lo dijo Fito Páez, y Adrián Iaies lo tomó como título para su cuarto disco.
Por mi parte, el jueves pasado pude corroborarlo [una vez más].
Producto de la última mudanza, mucha documentación había quedado en el limbo [libros, cassettes y vaya a saber cuantas otras cosas]. Usualmente uno puede esperar cierto tiempor por la aparición de un libro, o de un disco. Pero en el caso del diploma extendido por la universidad al finalizar la carrera, la cosa se complica.
Consciente del maremagnum de cosas que habita nuestro potencial quincho, actual "desván de Clio". Tenía la idea/esperanza que algún día me toparía con el anhelado certificado. Más, conforme el paso del tiempo, las posibilidades decrecían.
Para precisar, llevaba un año sin dar con el "bendito pelpa"/título.
Pasé el jueves en cuestión por la antigua casa a buscar documentación del seguro automotor, que hubo de ser remitida allí por error. Conocí la gente que habita el antiguo hogar, quienes amablemente me indicaron que rechazan la correspondencia que no está dirigida a ellos.
Pero uno de los moradores, me sugirió aguardase un momento antes de retirarme.
Se dispuso a buscar algo. Espero, converso con su esposa, quien tiene entre brazos un niñito de tan sólo diez días.
Reaparece su esposo y me entrega un rollo. .
Ni bien reapareció en escena, antes de ver el contenido, por un instante se cruzó por mi sabiola, la mágica reaparición del título. No necesité abrir los ojos, ya que al mero contacto con el papel, percibí una sensación conocida.
Fuí por la póliza y volví "reconvertido" en computador científico. As voltas da vida!
Yo se, Carlos Enrique, que andar secreteándose en público es de mala educación, y puede ser mal entendido por los que nos están viendo conversar, pero venga, acerque el oído que tengo algo extraordinario que develarle. Lo que voy a decirle quiero que lo escuche usted solo. No es que desconfíe de los lectores de su tan intimista blog (blog, blog, blog, nombre extraño para denominar a las cartas que antaño se mandaban por correo, ¿no cree?). Le decía que lo que voy a compartir con usted lo va a iluminar de tal manera que si otros se iluminan de igual forma a un mismo tiempo, el deslumbramiento sería de proporciones tan grandes que la gente dejaría de trabajar, o lo que es peor, dejaría de actuar de la forma natural como lo vienen haciendo desde el Renacimiento, justo allí en donde comienza su bitácora. Qué coincidencia, ¿no? Le decía Carlos Enrique, disculpe que no lo llame Quique pero es que eso lo dejo para cuando caminemos distraidamente por un fairway, es que luego de muchos años de observaciones directas, estudios y conjeturas, he llegado a la conclusión -categórica e irrefutable- que las cosas, sí, las cosas, las cosas que nos rodean (y también las que nos componen, pero esto se lo explico en otra ocasión); decía que las cosas, a diferencia de los hombres, son las que realmente piensan. Ya lo sé, lo veo en su expresión Carlos Enrique, entiendo que no quiera entrar en detalles de una noticia tan reveladora; pero venga, no se vaya ni se aparte Carlos Enrique escúcheme bien. Las cosas, comunes, simples y cotidianas, a causa de algo que tienen inherente a su propio génesis, piensan por ellas mismas y deciden qué hacer. Por supuesto que no de la forma en que nosotros, los humanos, lo hacemos (o creemos hacer). A través de los años, he descubierto -más bien me fue evidenciado- que las cosas nos transmiten sus decisiones a través de cierta clase de aminoácidos, indetectables por los análisis químicos, nos dicen en dónde dejarlos, y lo que es mas extraordinario aún, nos dejan indicado en algún lugar ignoto de la memoria, el día, hora y la forma en que los volveremos a encontrar. Es por eso que no me resultó extraño que usted se reencontrara con el título de propiedad intelectual de sus conocimientos adquiridos en la carrera que tanto esfuerzo e insomnio le deparó. Pero no me entienda mal Carlos Enrique, no me estoy apropiando de oportunidad y espacio alguno para burlarme de su inocencia (yo no me lo permitiría, y tampoco mi padre, otro iluminado), y dese cuenta de esto que le voy a decir. Ese papel, que usted creyó encontrar pero que fue él el que algún tiempo atrás decidió hacer otra cosa y volver en el momento exacto, decía que ese papel le ha tomado el pelo. Caiga en la cuenta que usted -por ser humano- realmente no piensa y que por ende no puede reclamar la propiedad intelectual de algo que no existe. No tome esto como algo personal Carlos Enrique, le quiero recalcar que son las cosas las únicas que piensan. Tenga como ejemplo que esta carta que le estoy enviando en forma electrónica, está siendo escrita por unas teclas negras que están sobre mi escritorio (cosa sobre cosa, ¿vio?) y que tiene la gran fortuna (la misma dicha que yo he tenido un tiempo atrás) que una cosa, cotidiana, común e inerte lo elija a usted, justamente el de la bitácora renacentista que habla sobre las cosas varias, para ser un nuevo iluminado de este gran Secreto Universal. Lo felicito Carlos Enrique, de corazón lo felicito, usted se ha graduado nuevamente.
ResponderBorrarUn afectuoso abrazo, Alejandro Gonzalez Calderón.
Comentarios como el de Alejandrito iluminan, develan antiguos misterios, y le dan algo mas de sentido a nuestro torpe e inexplicable accionar.
ResponderBorrarAhora comprendo, por-qué ciertas veces actuamos en forma de meros actos reflejos, haciendo cosas que ni sabemos que nos motiva. Como prisioneros de nosotros mismos, sin un cabal sentido del rumbo que llevamos.
Entiendo entonces mi reciente interés por la obra del biólogo chileno Humberto Maturana, quien funde biología con filosofía, o la óptica de Ruppert Sheldrake [biólogo inglés] y la cosmovisión de Fritjof Capra [físico austríaco], quienes hablan de "memoria universal".
En mi caso son las negras y las teclas las que mandan [este mensaje].
Somos meros emisarios. ¡Cada cosa!