miércoles, mayo 13, 2009

Mis días con Kim


Buenos Aires tiene ese qué sé yo, ¿viste?
Caminás por Corrientes, doblás por Cerrito y te encontrás con Kim Phuc.
Por favor: no me malentiendas lector. Soy solamente una periodista a la que correspondió un rol que viví como privilegio desde lo humano y desde la experiencia profesional ni te cuento.
Formé parte del equipo de prensa que la acompañó en su estadía de tres días ymedio en la Argentina cuando vino a dar testimonio en el V Encuentro de Evangélicos y Católicos que se realizó en el Luna Park el 1 de mayo.

Y es que fue así.
De repente, bajando por un ascensor, con la sencillez de los grandes y la luz interior de los que cultivan en el alma el amor al prójimo, Kim Phuc me dijo "hola, cuánto trabajo les estoy dando, gracias por todo".


Desde que quedó detenida su imagen en aquella foto que dio varias vueltas al mundo y en la que quedaron plasmados una vez más el horror de la guerra, la desnudez literal ante los ataques, la soledad de brazos al cielo, y ese detenimiento fotográfico que permitió entrar en la recta del fin de la guerra de Vietnam, aunque muchos quisieran exactamente lo contrario.
Fue en el año 1972. Kim tenía 9 años y huía del fuego dentro de su piel por haber recibido el impacto de una bomba de napalm. El fuego del odio lo llamaría.
Aquel fotógrafo que captó el dolor de la humanidad toda contenida en esa chiquita, hoy es amigo de Kim. Ella lo llama tío.

Desde aquella foto de la agencia AP hasta hoy, mucha vida ha pasado por la vida de Kim.

Salió de Vietnam a estudiar a Cuba. Conoció a su esposo. Se casaron. Luna de Miel en Moscú (dijo ante 6.000 personas en el Luna Park. "¿Se imaginan una luna de miel en Moscú?" y todos rieron, pudieron reír) y después el pedido de asilo político en Canadá para empezar a saborear algo nuevo: la libertad.


Allí tuvo a sus dos hijos y, luego de que otro fotógrafo le cambiara nuevamente la vida y le recordara al mundo quién era ella (la descubrió por las calles de Toronto y dijo "tú eres la niña de la foto, pero ahora eres una mujer"), inició su trabajo en la Fundación que lleva su nombre y se dedica acciones humanitarias y de protección de la infancia víctima de las guerras en el mundo.

"Cada guerra revive en mí el dolor", me decía Kim en la cena que compartimos en una parrilla de la calle Lavalle. Entre morcillas, ensalada, tiras de asado y vino tinto, en un momento yo vi solamente una mujer que estaba enamorada de la vida. Su impulso vital era tan fuerte que nos tocaba. Bebe agua de a sorbos, le duele el cuerpo y se detiene en cualquier actividad en la que esté, pide permiso, descansa un rato y vuelve. Tiene una sonrisa que le ocupa toda la cara.

Su pasión por que nadie sufra más en este mundo por las guerras se nota en cada gesto, en cada palabra. Delicadamente, casi sin darse cuenta dejó caer frases muy fuertes en una de las tantas entrevistas que tuvo con la prensa: "La niña que fui está lista para dar nuevas esperanzas. Habiendo conocido la guerra, pude conocer el valor de la paz. Habiendo conocido el control comunista, conozco el valor de la libertad. Habiendo vivido el dolor, ahora conozco el amor. Habiendo vivido en pobreza y sin tener nada, ahora sé el valor de tenerlo todo. Habiendo vivido con temor, ahora conozco el valor de la fe y del perdón. Me di cuenta de que no podía escapar de la foto, podía trabajar con ella por la paz. La niña ya no corre, vuela".

Casi un manifiesto. Un ideario. Bienaventuranzas personales para compartir con el mundo.

Pero hay un poeta argentino —Hamlet Lima Quintana— que dijo lo que quizás haya que recordar ante una vida tan enorme como la de Kim Phuc:


Hay gente que con solo decir una palabra
Enciende la ilusión y los rosales;
Que con solo sonreír entre los ojos
Nos invita a viajar por otras zonas,
Nos hace recorrer toda la magia.

Hay gente que con solo dar la mano
Rompe la soledad, pone la mesa,
Sirve el puchero, coloca las guirnaldas,
Que con solo empuñar una guitarra
Hace una sinfonía de entrecasa.

Hay gente que con solo abrir la boca
Llega a todos los límites del alma,
Alimenta una flor, inventa sueños,
Hace cantar el vino en las tinajas
Y se queda después, como si nada

Y uno se va de novio con la vida
Desterrando una muerte solitaria
Pues sabe que a la vuelta de la esquina
Hay gente que es así, tan necesaria.


En este mundo, Kim querida e inolvidable, vos hacés la diferencia.

Buenos Aires, 13 de mayo de 2009

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