Es difícil explicar el cúmulo de sensaciones que experimentamos los fanáticos del golf el inolvidable domingo paternal.
Gustavo Fillol Day escribió una crónica fenomenal en ESPN, transcribo la misma por-que me sentí muy/muy identificado.
Disfrutadla!
De entrada estábamos incómodos. ¿Cómo se supone que se debe mirar una ronda de golf por TV? ¿Hay que gritar? ¿Hay que festejar los buenos tiros? ¿Hay que abuchear al rival, aunque no pueda oírnos?
Sí, justamente porque no puede oírnos. Es algo que nunca haríamos si estuviéramos en la cancha. Pero acá, frente a la TV, podemos ser tan antideportivos como para festejar el error del contrincante.
Cada vez que Tiger erraba un putt para birdie, gritábamos como endemoniados. Pero yo les decía: "Ojo con Furyk. Este tipo ya ganó un U.S. Open, y tiene esa mirada... no me gusta nada".
Fue una de esas veces en que odio tener razón. Furyk se embaló en los segundos nueve y embocó tres birdies seguidos. Mis amigos tuvieron que soportar el "Les dije... Les dije..." unas ochocientas veces.
Y Tiger seguía ahí. No metía los putts para birdie, igual que el sábado, algo raro en él, pero entendible en esta cancha. Eso lo igualaba con Cabrera. Los dos pegan el drive como elefantes, y son excelentes con los hierros. La desventaja de Cabrera frente a Tiger y al resto de los ganadores de Majors, es que Tiger y el resto por lo general meten putts. Cabrera por lo general no. Pero en esta cancha eran todos Cabrera. Nadie metía.
Claro que nosotros no pensábamos que era por la velocidad y el movimiento de los greens, sino por nuestro griterío desmesurado.
Cada vez que Tiger jugaba un putt, mis amigos vociferaban el nombre de algún conocido mufa.
En uno de los tantos intentos de birdie "metibles" de Tiger, uno de mis dos amigos gritó un nombre fulminante. La pelota, que parecía irrevocablemente destinada al hoyo, se desvió en el último instante y no entró.
"¡Se la saqué del hoyo! ¡Se la saqué del hoyo!", decía mi amigo, debajo de la montonera que armamos para festejar ese putt fallado.
Después, con todos de regreso a sus lugares, agregó preocupado: "Pronuncié ese nombre... Nunca pensé que iba a animarme a tanto. Ahora debo atenerme a las consecuencias".
Enseguida llegó el derrape de Cabrera. Bogeys en el 16 y el 17, después de que parecía que se había metido el título en la bolsa con el birdie del 15.
"¿Por qué sufro tanto por un tipo que nunca vi en persona y que se va a hacer millonario?", dijo uno de mis dos amigos, como para quitarle dramatismo al momento.
Pero no había forma de sacarle dramatismo. Los tres estábamos temblando.
"Si fuera un amigo, o alguien de tu familia, estarías como loco, ¿no?", le contesté yo. "Bueno, un tipo de tu país es lo más cercano que tenés a vos, después de tu familia y tus amigos".
Todo para tratar de distraernos un poco, y bajar la tensión, pero no había caso.
Comprábamos par en el 18. Después del birdie del 15, uno de nosotros había dicho que Cabrera ganaba con dos bogeys y un par. Yo no estaba tan seguro. Pero ahora el Pato ya había hecho los dos bogeys, así que comprábamos par.
No lo dije, pero cuando la pelota de Cabrera terminó en la parte más alta del green del 18, yo rezaba para que hiciera sólo dos putts. Ni pensaba en el birdie.
El Pato casi me de la sorpresa y lo mete. Lo dejó mucho más cerca de lo que yo esperaba, y se fue alzando el puño. Tampoco lo dije, pero para mis adentros pensé que era un festejo algo prematuro.
Como para auto convencerme comenté: "Está festejando lo bien que jugó el torneo, no está pensando que ya ganó".
La historia dirá que Cabrera ganó el torneo cuando Jim Furyk agarró el palo más largo de la bolsa en el hoyo 17.
Yo había ido al baño, en otro intento por descargar la tensión, y escuché que me gritaron: "¡El Tucán sacó el drive!"
Volví corriendo, con todo a medio acomodar, y riéndome por el apodo improvisado para Furyk pregunté: "Pero ¿no vio que Cabrera hizo bogey?"
No, no lo había visto.
Furyk dijo después del torneo que no había tablero en la salida del 17. Que estaba intentando adivinar qué pasaba adelante, en el grupo de Cabrera, pero que no estaba seguro.
"Escuché unos murmullos", comentó Furyk en una entrevista posterior. "Era obvio que Ángel había fallado un putt, pero no sabía si era para par o para birdie".
De todas maneras, nada habría cambiado. Furyk dijo que, si jugara otra vez ese hoyo, volvería a usar el drive.
Si acertaba el centro del fairway, en su opinión, tenía una "avenida" hasta el green. Si fallaba por la derecha, no era grave; le quedaría un buen ángulo a la bandera. Tiger más tarde hizo par desde el bunker de ese lado.
Y si fallaba por la izquierda, él estaba seguro de que sería corto del green, y tendría una entrada razonable.
Pero la adrenalina te hace pegar más largo, y a Furyk le pasó lo único que no le podía pasar.
Largo y por la izquierda. En un rough impiadoso, y sin green entre él y la bandera.
Furyk, que no tiene la distancia de Woods o de Cabrera, comentó meneando la cabeza: "Nunca pensé que podía pegarle tan fuerte".
El bogey de Furyk dejó a Cabrera sólo en la punta, y únicamente quedaba Tiger.
A Woods le alcanzaba con una madera 3 para llegar al green en el 17, y con dos putts, o con approach y putt, buscar el birdie que lo pondría a la altura del Pato. La tiró al bunker de la derecha, y desde ahí no pudo bajar el hoyo.
Cuando la pelota salió de la arena parecía perfecta para dejarla dada, pero picó en la parte más alta del green, y por lo tanto la más seca y la más dura. Pasó por al lado del hoyo y salió del green.
Argentina respiró.
Woods la devolvió al green y embocó otro de los cuatro putts comprometidos para par que tuvo en los segundos nueve hoyos --"Metí esos, pero no metí los que eran para birdie", diría Tiger después--, y se fue al 18 sabiendo que era 3 o nada.
El silencio en casa era sepulcral.
"Es Tiger", dije yo.
"Es Oakmont", me contestaron.
"Es el 18, el más difícil de la semana", agregaron.
"Pero es Tiger", insistí.
La salida de Woods terminó apoyada contra el rough, y en otra muestra de espíritu antideportivo nos pasamos 10 minutos calculando cómo le molestaría a Tiger el pasto largo que se interpondría entre la cara del palo y la pelota.
A Tiger no le importó. Con el wedge se llevó todo. Pelota, pasto, tierra y las ilusiones de un país. Fue el vuelo más largo de una pelota en los últimos 39 años de historia argentina. Yo no había nacido cuando Roberto De Vicenzo ganó el Open Británico. Tampoco mis amigos, ni Cabrera.
Siempre me desveló esa historia del Open, y el propio De Vicenzo me la ha contado alguna vez, así como la anécdota de la tarjeta mal anotada en Augusta.
"Bueno, si Tiger hace 3, será el desempate que no tuvo De Vicenzo", me animé a decir.
"Callate", me dijeron.
Tiger, según relató después, apuntó a la derecha de la bandera, con la esperanza de que la pelota mordiera y quedara allí, para un putt ideal en subida. La pelota picó justo donde Woods quería, pero no frenó. Nada frenaba a esa altura del día en los greens de Oakmont.
La pelota siguió hasta el fondo del green. Desde allí le quedaba a Tiger un putt "con triple caída", según él mismo describió. "Primero a la izquierda, después a la derecha, y finalmente otra vez a la izquierda hacia el hoyo".
No era muy distinto del putt que había tenido Cabrera poco antes.
"Si el Pato desde ahí casi la mete, Tiger, que es mucho mejor arriba el green, la puede meter perfectamente", sugerí con mi ya descubierto pesimismo.
"Callaaaaaaaaateeeeeeeee", insistieron.
"Sólo describo la realidad", me defendí en voz baja.
La realidad es que esta vez no tuve razón. Cabrera jugó ese putt mucho mejor que Tiger. Tiger no la dejó ni cerca. Nunca tuvo chance. Desde que salió la pelota supimos que no hacían falta maleficios ni invocaciones peligrosas.
Antes de que la pelota terminara de rodar, estábamos los tres abrazados, gritando por un hombre de Córdoba que todavía no hemos tenido el placer de conocer en persona.
"Dale campeóóóóóóóón, dale campeóóóóóóóón".
Un rato después, Tiger nos demostró a nosotros tres lo que es ser un caballero.
"Ángel jugó una ronda de golf excepcional", dijo Woods, "y nos puso mucha presión a Jim y a mí".
Nos quedamos boquiabiertos. No sé que esperábamos del jugador que habíamos abucheado durante toda la tarde. Que le echara la culpa al árbitro. Que despotricara por su mala suerte. Que criticara lo duro que estaban los greens. Pero nada de eso.
El número uno del mundo reconoció los méritos del rival, y nada más.