lunes, agosto 31, 2009

Reviviendo la bossa (con Tom Zé)

Era hora de que alguien se atreviera a sacudir el polvo de un modelo que de tan reverenciado se volvió intocable, pieza de museo sólo abierta a una nostálgica veneración. Y tenía que ser Tom Zé, con su desparpajo de raíz tropicalista, su lúcida irreverencia y ese humor que le fluye a borbotones.

En Estudando a bossa , el bahiano que participó de los inicios de la Tropicalia indaga en el lenguaje que impuso João y revolucionó la música del Brasil, pero no revisando el clásico repertorio que invita a la saudade sino creando uno nuevo, propio, en el que, desde la perspectiva del humor más irreverente, emplea todas las materias primas de la bossa nova, sus giros, sus manierismos, su síncopa, sus disonancias, sus arreglos vocales, sus onomatopeyas.

La operación tiene sus antecedentes. En 1975, hizo algo similar con el samba en un álbum que no fue un gran éxito comercial pero marcó un hito en su carrera. Era un verdadero curso de samba que abarcaba todas las variedades, desde el casi maxixe de principios de siglo hasta el complaciente sambão de los setenta y hasta una relectura valseada de "A felicidade", de Jobim y Vinicius. Se llamaba, claro, Estudando o samba . Un segundo capítulo de esa trilogía que ahora parece concluir fue, en 2005, Estudando o pagode , ocurrencia excéntrica que incluía una opereta, hablaba de la opresión de la mujer y buscaba abrir nuevas vías a una moda musical que juzgaba "basura cultural".

Según lo prueba Estudando a bossa , Tom Zé sigue siendo, a los 73 años, el más radical de aquel grupo bahiano que encabezaba con Caetano, Gil, Torquato Neto, Capinam y Gal Costa. Continúa fascinado por los timbres extraños, experimentación que nunca abandona, lo que quizás explica que muchos jóvenes DJ lo tomen como referencia, y no ha renunciado a sus posturas de vanguardia ni a su vocación de artista independiente, lo que le costó años de un virtual ostracismo ya que sólo grababa en sellos de escasa circulación. Sin embargo, desde hace tiempo -desde que David Byrne lo descubrió y lo dio a conocer en los Estados Unidos- goza de alguna notoriedad internacional. Lo que ha llevado -suele ocurrir- a la revalorización de su obra en Brasil.

En el nuevo registro, alejado de experiencias más herméticas, aparece musicalmente muy inspirado y deja que el ingenio brote incesante en juegos de palabras, citas e ironías que, esta vez, resultan accesibles, sobre todo para quienes conocen la bossa nova. Toda ella (y también su historia) es desmenuzada, pieza por pieza, en este álbum que es un verdadero torrente de inteligencia, humor (los textos no tienen desperdicio) y buena música.

Y si hay ironía en el contraste con las depuradas voces femeninas que lo secundan (Zélia Duncan, Monica Salmasso, Fernanda Takai) o en el uso de ciertas muletillas de la bossa (los diminutivos, las onomatopeyas, la visión optimista de la vida), no queda duda de que la mirada crítica de Tom Zé se dirige menos a ese estilo que, según dice, obligó a su generación a desarrollar una percepción parecida a lo que se conoce como oído de tísico que al mal entendido respeto con el que suele abordársela.

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