El
campus universitario de Garissa en Kenia, se convirtió el Jueves
Santo, 2 de abril, en un calvario donde 147 personas, en su mayoría
estudiantes universitarios cristianos fueron masacrados. La secta
terrorista, Al Shabab, de origen somalí, ingresó de madrugada al
lugar, para “imponer” su interpretación de la ley islámica
(sharia). Para este grupejo, no hay lugar para quien no sea musulmán,
un claro peligro de los fanatismos.
Muchos de
los asesinados se encontraban rezando en la capilla, según el
testimonio de un sobreviviente. El episodio, comenzó a las 5
y media de la mañana, y el calvario duró unas 12 horas.
La falta de
enviados especiales a Kenia hace que esta noticia no ocupe las
primeras páginas de muchos diarios. Hacemos votos para que este
suceso sea aclarado, y no lo olvidemos,
“Nuestros
hermanos son asesinados y decapitados ante nuestros ojos y nuestro
silencio es cómplice”, dijo el Papa Francisco durante el rezo del
Vía Crucis el pasado viernes.
Un colega
del madrileño diario El País sentenció: “La información se
guía por redes de poder. Por eso, 150 muertos en Kenia importan
menos en Europa que 13 en París”.
Otro estudiante, narra que logró sobrevivir porque se hizo el muerto, respirando levemente, mientras oía cómo sus compañeros y amigos caían muertos. Ha muerto más de un centenar de jóvenes estudiantes crisitanos por defender la libertad religiosa.
Uno de los cuatro líderes de esta matanza era Abdirahim Abdullahi, un joven descripto por sus ex compañeros como un hombre moderado, simpático y hasta frívolo. Abdirahum era keniano de etnia somalí, graduado en la universidad de derecho de Nairobi, con excelentes notas. Luego de graduarse había ingresado a trabajar en un banco, y mas tarde se le perdió el rastro.
De allí la sorpresa, hasta de su propia familia, al descubrir su participación en el atentado, que cobró la vida también de este activista.
Otro estudiante, narra que logró sobrevivir porque se hizo el muerto, respirando levemente, mientras oía cómo sus compañeros y amigos caían muertos. Ha muerto más de un centenar de jóvenes estudiantes crisitanos por defender la libertad religiosa.
Uno de los cuatro líderes de esta matanza era Abdirahim Abdullahi, un joven descripto por sus ex compañeros como un hombre moderado, simpático y hasta frívolo. Abdirahum era keniano de etnia somalí, graduado en la universidad de derecho de Nairobi, con excelentes notas. Luego de graduarse había ingresado a trabajar en un banco, y mas tarde se le perdió el rastro.
De allí la sorpresa, hasta de su propia familia, al descubrir su participación en el atentado, que cobró la vida también de este activista.
“Me sorprendió completamente esta noticia. Cuando hice por primera vez campaña para el puesto de representante de los estudiantes, me prometió su voto; hasta me ayudó a encontrar mi eslogan de campaña. Era un tipo ‘cool’”, recuerda una estudiante. “No sé qué le pudo pasar, en qué momento se dio vuelta de esa manera. No era alguien muy religioso y ciertamente no era un extremista. Era un tipo tranquilo, ¡una persona normal!”, subraya. “Se paseaba siempre de traje, con ropa de calidad. Era muy accesible, fácil”, agrega Kiti, quien considera hoy que el hecho de que un alumno brillante, lleno de vida pueda convertirse en terrorista es incomprensible”.
Tenemos varios problemitas en este siglo, como remendar nuestro orbe? Quizá sea ejercitando la tolerancia, promoviendo el diálogo, respetando las diversidades.
¿Irá la cosa por allí?
Afortunadamente, tenemos el norte que nos marca una persona, que no dejó de ser el curita de Flores, que desde Roma nos dijo este lunes, aludiendo a los jóvenes kenianos:
“Ellos
son nuestros mártires de hoy... ¡y hay tantos! Podemos decir que
son más numerosos que en los primeros siglos”, dijo el Papa este
Lunes de Pascua, durante el rezo del Regina Coeli.
Promovamos la Pascua, pasando de la incomprensión, de la ignorancia, de la sospecha, al diálogo profundo.
¡Sea!
Promovamos la Pascua, pasando de la incomprensión, de la ignorancia, de la sospecha, al diálogo profundo.
¡Sea!
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