La vida humana necesita el valor, como las plantas necesitan la luz solar.
Las plantas se abren de par en par y se vuelven hacia el sol, y cuando ese se oculta, se encierran en si mismas.
Si nos apartamos de los valores, quedamos recluidos en nuestro yo, y nos empobrecemos, porque por naturaleza, somos "seres de encuentro"; vivimos como personas, nos desarrollamos y maduramos como tales creando toda serie de encuentros. Los valores nos ofrecen posibilidades para crear esa alta forma de unidad que llamamos encuentro, en sentido riguroso.
Es muy importante subrayar que los valores no se "enseñan", se "descubren". Este descubrimiento se lleva a cabo al vivir por dentro el proceso de desarrollo de la personalidad humana.
Tal proceso se centra en el encuentro, acontecimiento decisivo en la vida del hombre, que se define como "ser de encuentro".
Al descubrir las condiciones del encuentro, descubrimos valores y virtudes.
Si vivimos de forma auténtica y plena el encuentro, experimentamos los espléndidos frutos del mismo. Al vernos así enriquecidos al máximo, advertimos que el valor supremo en nuestra vida es el encuentro, o la creación de las formas mas altas de unidad. Descubrimos con ello, el ideal auténtico de nuestra vida.
Una vez hallado el ideal, tenemos luz suficiente para descubrir, en abanico, todos los aspectos mas fecundos de nuestra vida: la libertad creativa, el sentido de la vida, la creatividad, el pensamiento relacional, el lenguaje y el silencio - vistos como vehículos del encuentro-, la función de la afectividad en el desarrollo humano.
Contemplar los valores dentro del proceso de maduración de nuestra personalidad suscita en nuestro ánimo un sentimiento de profunda admiración y el deseo de asumirlos activamente en nuestra vida.
Para encontrarnos, no nos basta estar cerca. Necesitamos abrirnos unos a otros con generosidad, de forma sincera y veraz, de modo que suscitemos confianza.
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