Hoy se cumplen 26 años de la partida del genial Cognini, desde Carpe diem, lo homenajeamos con este magnífico artículo de Paola L. Fraticola.
La viñeta reproduce el cordobés clásico, inmortalizado/universalizado por Cogningi
Estas líneas intentarán narrar cómo el humor gráfico se detuvo en los quioscos de Córdoba una madrugada de agosto de 1971, cuando Alberto Pío Augusto Cognini bautizó a Hortensia, y créanlo, señores, fue la más bella criatura de papel nacida en La Docta.
Una perla engarzada en el tabloide.
Un monstruo urbano chorreando carcajadas de tinta negra.
Digna herencia andaluza o vaya a saber qué cosa, pero así fue Hortensia: un artículo regional de primera necesidad, la única revista autóctona que supo rescatar todo el esplendor de la chispa mediterránea y procurarle al cordobés un sobrio, aunque ilustre lugar en el breve Olimpo del humor nacional.
Lo que no es poca cosa, claro, si se tiene en cuenta que Hortensia vino al incierto mundo editorial con la certeza de que nunca llegaría a ver el segundo número. Por eso, de entrada, el Gordo decidió compensar la odiosa fugacidad prometiendo a sus colaboradores un producto precioso y lo logró, sin imaginar que tan pulcro debut marcaría un punto de inflexión en la tradición del periodismo vernáculo porque nunca una revista había sobrevivido demasiado tiempo en Córdoba, tal como lo adelantó el director en la carta editorial, a modo de justificación ante un eventual fracaso. Puras contradicciones preventivas.
¿Desde cuándo algo tan bello puede fracasar?
Así, desafiante y contestatario como la sangre que bulle por las venas serranas, el ensayo anduvo veinte años vivito y burlando profecías infames.
Tal vez porque a lo largo de su existencia mantuvo a rajatabla el principio fundacional decretado por Cognini: el de ser una publicación intensamente cordobesa, exquisitamente popular.
De corte callejero y alto contenido moral, sin chichices (señoritas, en cordobés básico) desnudas, aunque de a ratos, muy inspirada en el personaje que le dio el nombre, una conocida demente del barrio Santa Ana que vendía bulbos de hortensia y que se levantaba la pollera mientras escupía palabrotas vergonzantes.
Entre las hipótesis del éxito arrollador e inusual para una revista oriunda del interior, se estima en parte, sólo en parte, que colaboró el vacío que dejó en el mercado porteño la desaparición de Tía Vicenta, y las reiteraciones de Rico Tipo y Patoruzú. Pero si bien la Hortensia original no estaba en sus cabales, la homónima tampoco y, creen los testigos más respetables, quizás ésa haya sido la afortunada ecuación: nada de pavoneos intelectuales ni doble sentido, mucho de seres urbanos y excluyente lenguaje local volcado en dibujos desopilantes, tiras y cuentitos breves, amén de la mirada cáustica acerca de lo bueno y lo malo que ocurría en la ciudad más convulsionada de los años setenta, aquel ardiente semillero de sindicalistas y estudiantes iluminados por el Mayo Francés.
Con nobles propósitos, hombres de pluma aceitada y una decente impresión de veinte páginas a una sola tinta y dos colores en la tapa, el sueño causó impacto en los lectores y conmoción entre el staff de la redacción: la primera tirada de 2000 ejemplares se agotó en una hora, hecho que le permitió a Alberto Pío Augusto Cognini concretar la utopía del segundo número, algo inesperado dado el delicado estado de las arcas familiares.
Hortensia fue un fenómeno que nunca volverá a repetirse, como tampoco volverán a reunirse los tipos que la hicieron, dice un poquito emocionado Roberto Di Palma, diagramador y dibujante de la primera hora, mano derecha del gran Cognini, y posterior director de la revista. Es cierto, aquello funcionaba como "una estudiantina feliz", cosa rara en adultos con pretensiones de empresa seria. Al principio, la venta alcanzaba justo para el próximo número, que veía la luz gracias a la gestión de Sarita Catán, esposa, madre y encargada de organizar fiestas, pagar proveedores y puntuales honorarios desde la cocina de barrio Parque Corema, morada de la familia y de su perra Hortensia.
Tampoco hubo profesionales del humor entre los colaboradores del staff. Salvo Cognini, estrella del desaparecido diario Córdoba donde publicaba una tira, y el rosarino Crist, vedette del último concurso de revista Gente, el resto eran periodistas amigos, dibujantes publicitarios y notables empleados de Ika Renault.
"Con Hortensia publicaron sus primeros trabajos un montón de dibujantes -recuerda Di Palma, incluyéndose en la lista-. Tipos tomo Juan Parroti, el negro Ortiz, Chamartín, Martino, Peirotti, Marino, Fontanarrosa, Amuchástegui, Cuel, Jan, Clermot… Cognini, por ejemplo, era un gran dibujante de líneas clásicas y rasgos muy del cordobés, del que tenía una visión idílica. Sus personajes fueron el reflejo de hombres que conoció en las canchas y en los boliches. Eso lo puso en el papel, y no es fácil traspasar al dibujo todo ese lenguaje sin que perdiera autenticidad."
En esas páginas rugosas, espejo de los suburbios cordobeses, hicieron de las suyas el Pulpita Iriarte, la Chancha Sarcástica, Boogie el Aceitoso, Inodoro Pereyra, García y la máquina de hacer pájaros, Súper Gauna, El Nariz, Don Quitilipe, entre otros memorables individuos de tinta que hicieron descostillar de risa a coterráneos y vecinos, que escribían desesperados clamando por un diccionario cordobés-castellano para traducir giros idiomáticos como el no si vuá, abreviatura del no si voy, y el queloquedecí o qué es lo que decís, hoy sendas instituciones del léxico vernáculo.
1 comentario:
Me encantó este homenaje. Yo que vivía al frente de la casa de los Cognini, y me cruzaba a jugar con Maria Emma (Mariema, dicho en cordobes) a los 8 años, conocí, sin entender mucho esa vida tan extraña de la revista. Que se hacía en esa casa llena de gente siempre y todos "cagandose" de la risa. Sara nos daba el "nesquik" y a mi me alucinaba que tantos adultos estuvieran todo el día riendose y dibujando en la planta de arriba de la casa...
tiempos habidos. buenos recuerdos.
Saludos
Publicar un comentario