El viernes 21 de agosto, tuvo lugar un oscurecimiento repentino durante la mañana criolla, cuando las radios empezaron a comunicar la partida de Daniel Rabinovich, integrante del polifácetico colectivo intitulado “Les Luthiers”.
Cuestión que nubló radios, televisiones, y güeb.
Súbitamente, varios medios, inundaron el éter, con parte de la maravillosa producción de un conjunto que difícilmente se irradie por los medios.
Intentar ensayar la partida de un vero artista en escuetas páginas, es una tarea ímproba. Daniel nos dejó a los 71 años, pero su aporte a Les Luthiers tiene marca registrada.
Supo ser el creativo para rematar situaciones, de un modo inesperado, tal como suele hacer el 10, dentro de un equipo futbolero. Cuestión que no es un don, sino fruto de una profunda comunión dentro del conjunto.
La hermana nación brasilera, supo reinventarse a fines de los 50' ya no desde la política, sino desde el arte, merced a la Bossa Nova, fruto del impulso de artistas, y un acierto marketinero desde grabadoras norteamericanas. La cosa prendió, como en ningún otro punto del orbe y hoy Brasil, es el país con mayor cantidad y calidad de músicos. Simultáneamente, en tierras criollas, esta novedad tuvo fuerte resistencia en los musical, debido al anclaje de ciertos estamentos.
Esto explicaría, en parte, porque Astor Pantaleón tuvo que remar tanto contra la corriente. Tampoco la tuvieron fácil artistas de la talla de Eduardo Lagos, Waldo de los Ríos o Miguel Saravia. Gente que durante los sesenta sembró infinidad de hectáreas de creatividad, a nivel musical.
Les Luthiers, no se colaron a la fama por el factor común que los unía que era la música, porque sus integrantes se conocieron en el coro de la Facultad de Ingeniería de la UBA, sino a través del humor. Terapia inefable, justa y necesaria, para sociedades harto rígidas, como la nostra.
Su nombre completo es/era Daniel Abraham Rabinovich Aratuz, su mote familiar era Neneco. Su verdadero apellido paterno era Halevy. Su bisabuelo, que llegó a la Argentina desde Besarabia (hoy Moldavia), no había hecho el servicio militar porque era rabino, por lo cual compró el documento de un muerto -de apellido Rabinovich- para poder salir de su país. Detalle que podría pasar inadvertido, pero nos deja vislumbrar un profundo conocimiento de las costumbres judías y criollas, a la hora de concebir chistes inteligentes, sin ofender, respetando costumbres y creencias para los inmigrantes. Riéndose siempre con, y nunca de. Ojalá se expandiera tan noble práctica ..
Vivió su infancia y juventud en el Palacio de los Patos, peculiar complejo porteño de viviendas ubicado en Ugarteche y Las Heras, en Buenos Aires.
En aquel “palacio” había varios folcloristas, que lo dejaban asistir a sus reuniones. Allí escuchó cantar a artistas famosos y aprendió a tocar la guitarra.
Su madre había estudiado piano, y su padre, tenía el hábito de cantar y silbar tangos. Desde los 7 hasta los 13 años estudió violín. Tomó clases con Ljerko Spiller, entre otros. A partir de los 14 años, se vinculará a la guitarra, queriendo emular a Ernesto Cabeza, guitarrista de Los Chalchaleros. La relación con el folklore sería eterna, repartiéndose con el jazz y con la música clásica. El rock, bien gracias.
A los dieciocho años, mientras estudiaba Derecho en la Universidad de Buenos Aires, ingresó al coro de la facultad de Ingeniería, donde conoció a Gerardo Masana y a los demás futuros integrantes de Les Luthiers, .que verían la luz (como conjunto) en 1967, al fundar Les Luthiers, ¡nombre jugado por cierto!
En 1969 obtuvo el título de escribano público (notario), y lo colgó, literalmente.
En los comienzos del grupo cantaba y tocaba la guitarra y una parodia de violín, así fue ganando protagonismo actoral. Cuestión percibidad por la crítica de arte. Un cronista lo llegó a comparar con Peter Sellers. “Leí esa nota, pero creo que fue una exageración”, dice Rabinovich. “La transformación fue gradual. No tenía ninguna veta humorística previa. De a poco comencé a realizar algunas improvisaciones graciosas, y me salieron bien”.
Ya lo creemos, porque apenas pisaba el escenario Daniel, el público empezaba a reirse, aún cuando no hablara. Su gestualidad era evidente. El mismo se definía como uno de los mas limitados, afirmando que su participación en la escritura, o en la composición musical de Les Luthiers, era escasa.
Su papel, iba in crescendo para articular, darle forma al material, unir la argamasa y agregarle los retoques e improvisaciones.
En tal sentido, creo era adherente a la máxima del maestro Jorge Corneo, “no hay mejor improvisación que una buena preparación”. Y así eran los espectáculos de Les Luthiers, joyas donde el disfrute, era desde el momento en que uno juntaba la plata para comprar la entrada. Porque el público de Les Luthiers, tenía, tiene y tendrá una pasión común: disfrutar del buen humor, cultivar la sutileza e intentar ser mejores personas y sociedades mas alegres.
A título persona, arriesgo, que el rol de sus espectáculos, a lo largo de épocas conflictivas, fueron un sosten para dibujar sonrisas e incitarnos a pensar, desde la difícil realidad argenta, ya no desde temas de actualidad, sino desde libretos escritos con un humor atemporal, con comentarios interpeladores.
Como si esto fuera poco, su incursión por la TV y el cine, fueron escasas, pero memorables, debido al arduo compromiso laboral de Les Luthiers.
Personalmente, creo dio momentos inolvidables a la comedia de Ariel Winograd “Mi primera Boda”, donde descolla junto a Marquitos Mundstock, ejerciendo el rol de rabino, algo que (efectivamente) llevaba en su sangre.
Entendemos que Daniel Rabinovich culminó su misión en la Tierra, y dejó muy buenos frutos.
¡Gracias!
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