jueves, agosto 10, 2017

Hugo Díaz: un artista enorme y poco difundido

Nació en Santiago del Estero, el 10 de agosto de 1927.

Armonicista de formación intuitiva, cultor de la música de raíz folklórica, del tango y del jazz., tocaba también violín, piano y contrabajo.
Se inició en la Orquesta infantil dirigida por el maestro Lepoldo Bonell, junto a su amigo de la infancia, Domingo Cura, dando sus primeros conciertos en LV 11, radio de su ciudad natal.

Dotado de una sensibilidad y un talento excepcionales, es notable su capacidad de improvisación y de incorporar efectos percusivos en la ejecución de su instrumento, aumentando las posibilidades expresivas del mismo.
Entre las obras de su autoría se destacan Zamba del ángel, con letra de Ariel Petrocelli, No lo hallo (escondido), con Oscar Liza y los instrumentales El perro (gato), Zamba mía y Zamba de los cuatro vientos.

Compartió escenario, compuso y grabó con los músicos y poetas más emblemáticos de la cultura popular como Don Atahualpa Yupanqui, Gustavo “Cuchi” Leguizamón, Los Hermanos Ábalos, Oscar Cardozo Ocampo, Aníbal Troilo, Horacio Salgán, Carlos Carabajal, Jaime Dávalos, Ariel Ramírez, Jaime Torres, Virgilio Espósito, Ariel Petrocelli, Dino Saluzzi, Mono Pereira, Los Andariegos, Caíto Díaz, Marian Farías Gómez, el Chango Farías Gómez, Enrique Villegas, Leda Valladares, Víctor Heredia y Alberto Cortés entre muchos otros.

Sus interpretaciones fueron coreografiadas por maestros como El Chúcaro, Hugo Jiménez y Ana María Stekelman e incluidas en films nacionales e internacionales como el austríaco Los Falsificadores, Ganadora del Oscar 2007 a la Mejor Película de habla no inglesa cuya banda sonora incluye 6 tangos de su disco Homenaje a Gardel.


Talentoso, intuitivo, elegido

Por Mavi Díaz

Hugo Díaz, mi padre. Hugo Díaz, la armónica del mundo. Con su estilo único y su magia personal, recreó maravillosamente todas y cada una de las melodías que interpretó y demostró que su ar­mónica estaba capacitada para abordar la música de cualquier región del planeta. Andariego de siestas calurosas y fiestero innato de toda reunión de chicos y muchachos de barrio. A los 5 años, un pelotazo en la cara le provocó una ceguera temporal y, en esos momentos, cayó en sus manos su primera armónica. La música fue entonces la luz para sus ojos. Hugo y su armónica establecen una relación infinita, eterna. La pobreza le obligó a transitar sin cansancio las calles pueblerinas, cajón de lustrar en mano, mientras ofrendaba las melodías perfectas de alguna chacarera a los transeúntes. Por las noches, en vez del descan­so reparador, su alma inquieta lo empujaba hacia cualquier es­quina iluminada donde, con su armónica, descifraba los secre­tos de cuanta música llegaba a sus oídos. Don Leopoldo Bonell, maestro de banda, posibilitó que aquel chico, con estrella de gran artista, integrara la orquesta infan­til que dirigía y, de ahí en adelan­te, Hugo Díaz empezó a exponer sobre el escenario todo cuanto absorbía su sentido musical, con esa intuición que sólo tienen los elegidos. En el año 1936, con 9 años, debutó junto a su amigo del alma, el percusionista Domin­go Cura, en L.V.11, la Radio del Norte. En 1946, ambos músicos emprenden la aventura de viajar a Buenos Aires, de polizones, en un tren de carga. Triunfó con lo suyo, lo que por tradición llevaba en el alma: las chacareras, zambas, ga­tos y escondidos, que, aprendidos en el pago siendo niño, a través del silbar de sus mayores queda­ron registrados en sus primeras grabaciones en discos de pasta. Su grupo, "Hugo Díaz y sus Chan­gos" con Domingo Cura y la voz de Victoria Díaz, su flamante es­posa, hermana de Domingo y tam­bién su amiga de la infancia, de­buta en Radio Splendid en 1952, actuación que quedó registrada en su primer simple "Qué lindo se ha puesto el pago" y "Pájaro Cam­pana", primer éxito para el sello TK, para el cual grabarían más de 60 temas en simples de 78 RPM y dos lp's. Durante los años 50 y 60 llevó el folclore argentino a los escenarios europeos de la mano de sus patrocinadores, la emblemática Casa Hohner, fa­bricantes de sus armónicas. En Argentina, compartíó escenario, compuso y grabó con los músi­cos y poetas más importantes de la cultura popular: Atahualpa Yupanqui, Gustavo Leguizamón, Los Hnos. Abalos, Aníbal Troilo, Horacio Salgán, Astor Piazzolla, Eduardo Lagos, Carlos Caraba­jal, Jaime Dávalos, Mercedes So­sa, Domingo Cura, Ariel Ramírez, Jaime Torres, Virgilio Expósito, Waldo de los Ríos, Victoria Díaz, Ariel Petrocceli, Dino Saluzzi y muchos otros. La culminación llegó cuando se encaminó por los ritmos del tango y del jazz; esa apertura hizo que recorrie­ra el mundo grabando discos en Asia, Europa y América. Su pri­mer disco de tango fue disco de oro en Japón. Hugo Díaz se fue el 23 de octubre de 1977, cum­pliendo su último deseo: "Quiero que la muerte me pille sobre el escenario, haciendo lo que hice siempre, la música del mundo". El último tema que tocó antes de partir fue "La última curda".

Narra Xabier, una anécdota elocuente del gran Hugo Díaz:

Cierta vez, viajando Hugo Díaz junto a Domingo Cura por Alemania, llegan a la ciudad de Frankfort y entran en la casa central de Hohner, tal vez el mejor fabricante de armónicas del mundo. Estaban allí mirando distintos modelos mientras Hugo probaba y tocaba algunos, elogiando su calidad hasta que comenzó a notar que los empleados lo miraban de una manera especial. Hugo Díaz era descendiente de indígenas y le comentó por lo bajo a Domingo que parecía que lo estaban vigilando. Le pidió a su amigo que tomara las armónicas porque tal vez pensarían que él se podía robar alguna. A Cura le parecía exagerado pero también notó la particular mirada y convino que podrían sospechar de la apariencia de su amigo. En un momento, parece que una empleada avisó al gerente y este se apersonó ante ellos. Hugo escuchó que este le pedía si podía acompañarlo.

Bajo la mirada inquisitoria de todos los empleados, siguieron los dos al Gerente, que los llevó a la sala de directorio de la empresa. Para su asombro, en una pared había una gran fotografía mural en la que él, Hugo Díaz, aparecía retratado tocando una armónica que lucía claramente la marca Hohner. El gerente los agasajó y lo presentó a todos como el mejor ejecutante de armónicas del mundo y que la empresa se enorgullecía de que él ejecutara una. Por ello lo miraban curiosos los empleados al reconocer en aquel pequeño hombrecito al mismo de la venerada foto.

Hugo Díaz fue un gran artista pero también era muy bohemio, siendo muy conocido y admirado en su Santiago del Estero natal. Cuando estaba ya muy enfermo y a punto de morirse, los amigos lo llevaron hasta la mesa que solía frecuentar en una confitería céntrica de Buenos Aires. Era casi un vegetal y apenas podía hablar pero en un momento, con un gesto fantasmal, desenvainó una armónica. Nadie creía que fuera capaz de dar un mísero soplido pero cuando se la llevó a los labios pareció volverle el alma al cuerpo y para sorpresa de todos los presentes se puso a tocar. Enseguida se arrimó un guitarrero para acompañarlo y luego otro y ya todo el gran salón se concentró en su música. Parecía un milagro de verdadera resurrección y cuentan que dio uno de los mejores recitales de toda su vida. Cuando los amigos lo dejaron en su hogar, derrochaba vitalidad y se despidieron, asombrados aún, con la promesa de futuros encuentros musiqueros. Hugo Díaz murió en su casa a las pocas horas con la armónica de aquel recital magnífico en sus manos.

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