Por: Gaspar Zimerman
La cara bonachona, los ojos entornados, Horacio Malvicino -alias Malveta- entra en trance cuando habla de Astor Piazzolla. Ahora recuerda sus bromas pesadas: "Era como un chico travieso. Podía estar en el cabaret Tibidabo, ir al baño, tirar adentro un diario encendido y hacer que el tipo que estaba evacuando apareciera con los pantalones bajos en medio del salón. O atar un violonchelo al techo de un teatro con una polea: cuando el músico se sentaba a tocarlo, veía cómo el instrumento se le iba para arriba". Anécdotas así pueblan El tano y yo, su recién publicada autobiografía: ahí, con un lenguaje muy coloquial ("soy escritor entre comillas"), intercala episodios de su vida y andanzas junto al bandoneonista.
Malvicino recuerda la primera vez que escuchó a Piazzolla: fue de adolescente, en Concordia, en la radio paterna ("cuando tener una radio era como tener un plato volador en el jardín") y sufrió un shock: esa música era muy diferente a la del Glostora Tango Club. Al terminar la secundaria vino a Buenos Aires para estudiar medicina, pero tuvo que abandonar, empuñar la guitarra y salir a trabajar de músico. "Tocaba los lunes en el Bop Club, y Piazzolla cayó buscando un guitarrista. Me escuchó, le gustó y me llamó: quería alguien de jazz, que supiera improvisar". Era 1954.
Así se incorporó al Octeto Buenos Aires con su guitarra eléctrica: una blasfemia para los puristas del tango. "Hasta me amenazaron por teléfono. Todavía hoy hay algunos que te dicen que eso no es tango. Siempre fue una lucha, hasta que al final él se impuso. Creo que le hizo daño la palabra tango: quizás a lo nuestro tendría que haberlo llamado música de Buenos Aires, o algo así".
También integró el Quinteto y el último Sexteto, aunque su trabajo con Piazzolla tuvo intermitencias que, admite, respondieron a su falta de profesionalismo. Una vez no se animó a decirle que tenía una oferta para tocar en Perú: mientras la orquesta esperaba para actuar, le dijo el clásico "me voy a comprar cigarrillos" y huyó rumbo a Ezeiza.
Pero no se limitó a ser ladero de Piazzolla. Vendió millones de discos de música "comercial" bajo seudónimos como Don Nobody, Alain Debray o Digui Rual. También dirigió durante casi veinte años las orquestas de RCA Victor y Canal 11: en esos roles compuso la música de programas como Titanes en el ring y Los Campanelli, y grabó con Tanguito ("un amor de tipo"). También les tomó audiciones a Spinetta ("recomendé que lo contrataran"), Sandro ("me pareció un gritón, y lo eché") y Luis Aguilé ("le dije que no tenía ni la más mínima idea de esto"). Viudo, orgulloso de sus dos hijos radicados en los Estados Unidos, al borde de los 80 planea una gira con el quinteto de Gary Burton. Y, sin melancolía, resume: "Toqué 40 años con Piazzolla. Fui feliz".
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