lunes, agosto 23, 2010

El cuento de dos ajedrecistas presos

Carta abierta leída por Orlando Barone el 23 de Agosto de 2010 en Radio del Plata.

De mi fugaz paso de un día por Neuquén este fin de semana, traigo el recuerdo extraordinario de algo sucedido en la cárcel de Rawson allá por los años setenta. Uno de los organizadores de mi charla en el Museo de Bellas Artes- un hombre de unos sesenta años de espíritu militante y jovial- me pidió en un aparte íntimo que cuando lo viera le diera saludos a Eduardo Anguita, el director del diario "Miradas al sur". Daba por sentado que como escribo cada tanto en ese diario, y como Anguita es un frecuente invitado a 6,7,8, yo era un buen vehículo para ese saludo. Pero lo que despertó mi curiosidad fue que este hombre llamado Eduardo Chicato Caso me dijo que le dijera a Anguita que quien le enviaba saludos era "El aparcero". ¿Por qué el aparcero? Le pregunté y me contestó que porque así se lo conocía a él en la cárcel que compartiera con Anguita. "Veníamos desde distintas resistencias: él era del ERP y yo montonero, me dijo. El estuvo preso once años; yo seis. Discutíamos mucho nuestras posiciones políticas, pero nos hicimos amigos porque a los dos nos gustaba el ajedrez y lo jugábamos en las horas de recreo". Tendrían poco más de veinte años entonces. Pero un día de requisa los guardias les sacaron todo: el tablero y los trebejos, y se quedaron sin su juego. Entonces no sabe a quién de los dos se le ocurrió un recurso inesperado: con una camisa a cuadros escocesa, fantasearon otro tablero y para jugar hicieron las piezas con migas de pan. Traté de imaginar cómo modelarían el caballo que es el más difícil. O la reina hecha de miga. Cuando la tela escocesa se arruinaba con el uso de sus largas partidas las visitas traían otra camisa a cuadros y así continuaban ese desafío en que los dos aliviaban los duros días del cautiverio. Pero otra vez los guardias del penal les confiscaron el tablero de tela escocesa y les tiraron las piezas de pan en el retrete y prohibieron todo cuanto tuviera algún diseño a cuadros. Pero no se desalentaron. Se dieron cuenta que podían jugar sin tablero y sin trebejos. De memoria. ¿Cómo de memoria? Le pregunté y sonriendo, me dijo. "Anguita sabe, te va a contar". Lo incité a decírmelo ahí sin esperar mi regreso a Buenos Aires. Y mientras yo lo miraba a los ojos para ver si veía algo de todo aquello, me lo dijo. Me contó cómo memorizaban cada jugada: guardaban en la mente cada movimiento del alfil ; cada jaque al rey y cada avanzada de la reina. Memorizaban cada peón que le comían al otro y cada peón que a ellos les faltaba, a medida que transcurría esa partida abstracta que parecía salida de una ficción de Borges. Los guardias, cada día más crueles en la requisa, capaces de borrarles a cuchillo hasta un tatuaje sospechoso, se topaban con aquel secreto inviolable: no podían requisar aquel tablero y aquellas piezas invisibles. Los dos jóvenes jugadores- el aparcero y el flaco- se sonreían cómplices sabiéndose a salvo con aquellas partidas inasibles. Y tan íntimas que estaban dentro de ellos. Llegaban a almacenar decenas de jugadas; sabían con exactitud- como si vieran las piezas sobre el tablero- cuál caballo era una amenaza o cuántos movimientos podían faltarle a uno de ellos para producir el jaque mate y ganar la partida. Ganaban uno, u otro, alternadamente. Quise saber quién de los dos había ganado la última partida que jugaron. "Ninguno, fue tablas", me respondió. No sé si será verdad o me dijo que empataron para seguir sellando aquella amistad de presos. Así que ya sabés Eduardo Anguita : te manda saludos el otro Eduardo: "el aparcero". Me pide que cuando vuelvas a Neuquén te desafía a otra partida. Ahora tiene un tablero y trebejos casi de lujo.

Carta abierta leída por Orlando Barone el 23 de Agosto de 2010 en Radio del Plata.

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