miércoles, septiembre 18, 2013

Día del bibliotecario

En la edición del jueves 13 de septiembre de 1810 de la Gazeta de Buenos Aires, se publica un artículo titulado “Educación”,firmado con el seudónimo Veritas.
El opúsculo reza: “... ha resuelto la Junta formar una Biblioteca Pública, en que se facilite a los amantes de las letras un recurso seguro para aumentar sus conocimientos. Las utilidades consiguientes a una Biblioteca Pública son tan notorias, que sería excusado detenernos en indicarlas... por fortuna tenemos libros bastantes para dar principio a una obra, que crecerá en proporción del sucesivo engrandecimiento de este pueblo. La Junta ha resuelto fomentar este establecimiento...”
Se contaba sólo con un local y dos bibliotecarios. Eran cinco habitaciones en los altos de la esquina de las hoy calles Moreno y Perú. Por entonces eran las calles de la Biblioteca y de los Representantes. Los dos bibliotecarios, en orden jerárquico: Fray Cayetano Rodríguez y Presbítero Saturnino Segurola. A los pocos meses, en 1811, otro sacerdote, Luis José Chorroarín, reemplazó a Cayetano Rodríguez. Los cargos se denominaban primer y segundo bibliotecario. Y esto era todo; a partir de allí el ingenio tendría que ser el principal capital. Y lo fue.

El decreto 17650/54 establece que el 13 de septiembre se conmemore en todo el país el “DÍA DEL BIBLIOTECARIO”, como un homenaje a la labor de los bibliotecarios en favor de la comunidad. El presidente Dr. Arturo Illía, mediante decreto 3114/64 complementa el anterior.
¿Es importante la función de estas personas, en tiempos de internet, donde “todo está al alcance de la mano”?

Consideramos que ahora es aún mas importante, porque altri tempi, el bibliotecario acercaba información. Hoy no solo acerca, sino que nos ayuda a seleccionar en medio de la maraña de medios cuya hiperabundancia nos abruma y confunde. El bibliotecario, infunde seguridad al lector, y en la medida que haya un mutuo conocimiento, el profesional de la info, probablemente acerque al lector obras o adelantos de las mismas vía correo electrónico, en función de gustos e intereses. Y esta sinergia no tiene parangón.
Las bibliotecas son lugares que describen a la perfección la cocina interna de un lugar. Nada mejor para conocer una casa de altos estudios, que acercarse, antes que al aula magna o salones de eventos, a la biblioteca del lugar, ver sus instalaciones, y conversar con las personas que asisten a los lectores. Esto da una idea, acerca del espíritu de la organización.
Es inevitable referirse a la Biblioteca Nacional, sita en Agüero y Las Heras, monumental obra que naciera de la imaginación de Clorindo Testa, otro genial artista recientemente fallecido. Sus muebles, el hormigón armado y su privilegiada ubicación en una barranca porteña, son meros condimentos de la magia esencial de los libros y su fuerte interacción con los lectores. Un sitio mágico, ideal para recorrer, conjuntamente con la Plaza del lector o el vecino Museo del Libro y de la Lengua.
Es menester, reconocer que la mala fama que adquirieron los asiduos asistentes a las bibliotecas, intitulados cual despreciables roedores de las mismas, constituyeron mala fama, y no honran al universo que estos seres construyen. Lectores y bibliotecarios conforman una unidad de díficil superación. E infinidad de veces, los bibliotecarios lograron despertar no solo curiosidad en sus clientes lectores, sino que posibilitaron afianzar u orientar vocaciones.

Por todo esto: ¡feliz día caros y nobles bibliotecarios!

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