Busco refugio en aquellos seres que de uno u otro modo levantan el ánimo, cuando parecieran llegar los nubarrones previos a la lluvia.
Es el caso de Nemo, un periodista de pura cepa.
Un ser agudo, que en opúsculos pequeños [mínimos] pintaba de un plumazo la condición del ser humano en términos clásicos, atemporales.
Por eso mismo socializo un fragmento del adiós que escribiera su colega José Claudio Escribano [secretario de redacción de La Nación]. El gran Albino Gómez sintetizó su opinión sobre Nemo, según Albino después de la partida de Nemo, el diario decayó ostensiblemente. Probablemente ..
¿Era Octavio Hornos Paz un hombre de otro tiempo? No lo era, en el sentido de que en su desdén por la precariedad de las modas y por las penosas consecuencias del populismo aspiraba a la recuperación de la visión de país en que se había sustentado el progreso -el genuino, el verdadero progresismo- con Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Roca, Pellegrini. No era un hombre de otro tiempo cuando oponía la juventud de lector siempre actualizado y viejo sólo en la cronología de los años a la senilidad de jóvenes cristalizados en dogmas con efervescencias decimonónicas. No era un hombre de otro tiempo, en la medida en que contribuyó con sus esfuerzos -y aquí citaremos un concepto que solía reiterar- a que LA NACION preservara la voluntad de ser contemporánea de sí misma, es decir, a que mantuviera la resolución de modernizarse de forma gradual e incesante, pero sin mengua de la identidad que le ha otorgado desde hace tanto tiempo categoría de institución nacional. Tampoco era Hornos Paz un hombre de otro tiempo cuando denunciaba al comunismo anquilosado en las formulaciones arcaicas de 1917, pero travestido en la fuerza progresista que reventaría por todas las razones habidas y por haber y, por sobre todo, por la naturaleza misma de las cosas, en la crisis colosal de 1989-1990.
Al retomar LA NACION en la segunda parte de los años cincuenta la dimensión apropiada para los grandes diarios que había perdido por razones extrañas a su voluntad y a la de los lectores después de la Segunda Guerra, una pléyade de jóvenes comenzó a incorporarse al diario y a influir como fuerza renovadora. Hornos Paz pasó entonces a actuar en el grupo de periodistas a quienes el diario confió, en esas circunstancias, funciones jerárquicas. Fue así prosecretario de Redacción en 1957, poco después de que se retirara don Miguel Angel Fulle, el último de los secretarios de Redacción que, por haber entrado en la corresponsalía de La Plata en 1901, lo había hecho en vida del fundador, el general Bartolomé Mitre, fallecido en 1906.
Augusto Mario Delfino, Constantino del Esla -el gran corresponsal en el frente de Madrid durante la guerra de los 1000 días-, Luis Mario Bello y Luis Mario Lozzia integraron el grupo de periodistas y escritores de incuestionable talento, junto con Hornos Paz, en quienes LA NACION puso la esperanza de una nueva etapa al servicio informativo de la sociedad cuando la democracia volvía a restaurarse en el país.
Hornos Paz se dejó absorber por LA NACION de alma y cuerpo enteros. En todo momento se hacía constar su presencia en la Redacción y ya en la noche avanzada, en horas en que las mesas comunes se animaban con editores y cronistas que intercambiaban información y opiniones sobre los temas de incumbencia y se desnudaban penas y glorias de ministros, de legisladores, de deportistas, de intelectuales y -debilidad de debilidades- el traspié de tal o cual colega de la competencia, Hornos Paz irrumpía con personalidad dominante.
Buscaba que la conversación sorprendiera con un hallazgo lingüístico, con una referencia histórica impropia de las vulgaridades trilladas o con la burla despiadada aunque siempre hilarante sobre sí mismo. En suma, con tales aportes que a la muerte, que tanta pena ha provocado en este diario, acompaña, además, este otro lamento: por qué no habrá dejado escrito en un libro algo, al menos, de cuanto derrochó en efusiones coloquiales, en esas noches de bohemia periodística que han destruido, confabulados, el colesterol, el fitness, el dictamen unánime de los cardiólogos y las premuras crecientes de la vida cotidiana. Ha quedado, sí, en letra impresa, su contribución como coautor del Manual de Estilo y Etica Periodística de LA NACION. Tal vez a ella se sumen las páginas inéditas, que deberán ser revisadas, sobre la historia del diario, producto de uno de sus trabajos de los últimos años.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario