Hace cincuenta años que Arturo Cancela nos dejó.
Medio siglo sin la pluma que supo reírse de los defectos de la sociedad argentina, no con maldad, sino con “amorosa compasión”; tal como asegura Rodolfo E. Modern.
Cancela cultivó la sátira con humor, género cáustico inaugurado en la antigüedad por Petronio cuyo fin era combatir la siempre defectuosa realidad con la ironía. Regaló a la posteridad un puñado de obras delirantes, sobresaliendo con su magna: Historia funambulesca del profesor Landormy; por ser un libro decisivo para la evolución de la narrativa argentina.
En La Nación -donde colaboró durante tres décadas- pronto comenzó a satirizar ciertos estilos de vida de las clases sociales.
Su obra demuestra que la mordacidad puede ser la cura para contrarrestar los errores. La prosa de Cancela desnuda los defectos argentinos que azotan al hombre rioplatense. Pero alejado del tono apocalíptico,ilustró las virtudes de su pueblo.
El resultado fue grato, puesto que con el humor –impregnado de alusiones históricas, la mayoría orientadas hacia el mundo político del momento-, supo ridiculizar perspicazmente las situaciones inmediatas a su realidad.
En menos de un año, Tres relatos porteños fue un éxito. Agotó cinco ediciones, obteniendo el Premio Municipal de Literatura y se la tradujo al idioma inglés.
Años más tarde, el escritor Adolfo Bioy Casares admitiría en reiteradas entrevistas, que ese mítico libro lo había influenciado fuertemente en el tono porteño de sus novelas como en El sueño de los héroes.
Sin abandonar su sesgo humorístico, escribe El burro de Maruf (1925), Palabras socráticas a los estudiantes (1928) y Film porteño (1933); este último aludiendo a su fuerte antiyrigoyenismo.
Con tono zumbón, además de un indiscutido don idiomático –recuerda un poco al de Juan Filloy-, expresa la verdad no siempre feliz de la realidad.
Así caricaturiza a: políticos, burócratas, ministros, profesores, periodistas e historiadores; acompañados de ingeniosos procedimientos que revelan el invalorable aporte de creatividad e imaginación de sus páginas.
Cancela, quien gustaba fumar en pipa como Leopoldo Marechal, y era inspector de enseñanza secundaria, escribió con versatilidad numerosos artículos, relatos, obras de teatro y ensayos.
Hacia 1925 comienza a trabajar en su novela más compleja y ambiciosa: Historia funambulesca del profesor Landormy (1944).
En ella intercala múltiples estilos, y su protagonista -el arqueólogo francés Landormy- debe padecer en una ilustre visita a la Argentina: la burocracia, snobismo, prejuicios sociales y la caterva de tilingos y oportunistas porteños; creando una frondosa novela de jocosas ocurrencias.
Como bien afirma la escritora Alicia Jurado, el libro es “divertidísimo”, ya que la trama –debido a la inclusión frenética de elementos y personajes- zigzagea sorprendiendo con su caudalosa –e ingeniosa- pluma.
Por su humor disparatado, Historia funambulesca … está emparentada con ciertos ecos que se remontan al S. XVI, a Rabelais, Cervantes y a la picaresca española; tanto por la división y clasificación de los capítulos, como así también por la desenvoltura de los pasajes en la novela. Al no tratarse de una obra tradicional debido a su infrecuente estructura; sería conveniente detenernos en las cualidades de esta atípica novela, para poder apreciar sus excentricidades.
La historia que intenta narrar, pasa a un segundo plano ya que las peripecias de Landormy pronto son interrumpidas por múltiples divagaciones, causadas por percances de personajes secundarios, u objetos minúsculos dentro de la historia, siendo descriptos hasta la exasperación.
Por eso su trama –a veces ambigua- no depende de las vivencias de su protagonista, sino de la forma desarticulada –y vanguardista- en que éstas son narradas.
No hay dudas que el verdadero argumento es la digresión y la forma en que ésta se manifiesta en el decurso de sus capítulos, algo así como ir abriendo infinidad de ventanas, cual navegador internetiano que abre, pero nunca cierra pestañas.
Con frecuencia la trama es suspendida y retomada con el fin de introducir y multiplicar detalles, dando cabida a historias tanto simultáneas como paralelas.
No es un texto lineal, puesto que está disgregado por vifurcaciones que fragmentan y postergan los avatares de Landormy.
Estas interrupciones sirven como pretexto para desplegar el desvío arborescente que reafirma una predisposición del autor (como acontece en Jacques le fataliste de Diderot), hacia giros narrativos inesperados.
Y como cereza del postre, una comparación entre Cancela y Marechal.
Lectura: ¡bella e irresistible tentación!