miércoles, julio 04, 2012

20 años sin Astor Pantaleón Piazzolla

Astor, uno de los adelantados que quiso meter viola eléctrica en el gotan, y que mediante esta incorporación, en una sus tantas genialidades, el tango dejó de ser el cuadrado 2x4.

De Astor se pueden decir muchas cosas, sus excentricidades, sus pesadas bromas.
Pero la forma en que encaró la música y la convicción o polenta que le puso, sigue intacta con el paso de los años, y su obra impacta aún mas.

Quizá su temprano encuentro con Carlos Gardel en Nueva York, cuando le acercara al zorzal, una talla hecha por Don Vicente dedicada a Gardel fue algo que lo marcó para toda la vida. Nonino no lo dejó viajar a la gira que Gardel lo invitara a realizar por Centro América, debido a sus cortos 14 años. Negativa que fue felizmente celebrada porque hubiese terminado en la tragedia de Medellín. Al respecto Astor, escribe una carta (imaginaria) a Gardel en 1978:

"...Jamás olvidaré la noche que ofreciste un asado al terminar la filmación de El día que me quieras. Fue un honor de los argentinos y uruguayos que vivían en Nueva York. Recuerdo que Alberto Castellano debía tocar el piano y yo el bandoneón, por supuesto para acompañarte a vos cantando. Tuve la loca suerte de que el piano era tan malo que tuve que tocar yo solo y vos cantaste los temas del filme. ¡Qué noche, Charlie! Allí fue mi bautismo con el tango.
Primer tango de mi vida y ¡acompañando a Gardel! Jamás lo olvidaré. Al poco tiempo te fuiste con Lepera y tus guitarristas a Hollywood. ¿Te acordás que me mandaste dos telegramas para que me uniera a ustedes con mi bandoneón? Era la primavera del 35 y yo cumplía 14 años. Los viejos no me dieron permiso y el sindicato tampoco. Charlie, ¡me salvé! En vez de tocar el bandoneón estaría tocando el arpa".

Dice Julio Ardiles Gray en una entrevista que le realizara al marplatense:

Astor regresará a Mar del Plata en 1937. Ese año fue allí la orquesta de Miguel Caló para actuar en la confitería Porta, en el muelle de pescadores, cerca de la Playa Bristol.

"Me escapaba de noche para ir a escucharla. Me enloquecí otra vez. Me acerqué a los músicos y les preguntaba a Julio Ahumada, a Argentino Galván y a los otros, como era “Pichuco”, como ponía las manos. Era muy pegajoso, quería saber todo. En esa época yo deliraba, tocaba “Rapsodia en blue”, de Gershwin, sin adaptación, tal como estaba escrita, hinché tanto que finalmente me escucharon. Ahumada me preguntó si estaba loco. Cuando me escuchó Caló, me aconsejó que viajara a Buenos Aires que él me iba a dar trabajo.

«Papá me dio 200 pesos, cuando se acabaran debía volver. Me trajo un amigo de mi padre. Fui a vivir a una pensión de Sarmiento 1492, tercer piso. Todos los días me iba al Café Germinal a escucharlo a Troilo. Me aprendí su repertorio de memoria.

«Un día se enfermó Juan Miguel Rodríguez, “Toto”. Hugo Baralis, que fue mi primer amigo le dijo al “Gordo” que me probara. Troilo contestó: “No, es muy chico, no va a poder tocar esto”. “Mire que puedo”, le respondí. Baralis insistió. Y yo también. “Dejame Pichuco, dale”, le dije. Entonces, me preguntó si sabía leer música. “Si sé todo de memoria”, ahí aflojó.


«Cuando debuté en el Germinal toqué todo de memoria y Orlando Goñi con su eterna cargada empezó a mirarme de costado. “¡Qué! ¿sos norteamericano vos?”, me había escuchado en Rapsodia en blue. “¿Qué hacés con esos acordes raros?”. Empezaron a mirarme como a un bicho. Después del trabajo llegaba a mi casa y me ponía a estudiar música, porque el secundario lo había dejado. Le escribí a mi padre con la noticia y se vino a Buenos Aires con un cuñado en moto. Ya Troilo me había contratado.

«Al otro día que llegó, fuimos a comer a su casa de Soler 3280, cocinó la madre, una maravilla. Finalmente, mi viejo le dijo a Pichuco: “Señor Troilo, lo único que le voy a pedir por favor, es que me lo cuide al pibe, sólo tiene 17 años y trabajar de noche a su edad no me gusta. Así que depende de usted, ya sabe, los cabarets, las mujeres”. El Gordo le contestó: “Don Vicente, quédese tranquilo, yo lo voy a cuidar al pibe”. Cuando agarraron la moto y se fueron, le dije: “¡Che Gordo!, ¿Esta noche nos vamos al “Doble tres” de Avellaneda a jugar al pase inglés?”. “Tenés razón gato” —ya me llamaba así—, y fue mi comienzo bajo los cuidados de Troilo.

«Extrañaba mucho a mis padres. En aquella pensión lloraba al pensar en ellos, estaba muy solo. Fue por eso que un día le dije a Baralis que me quería poner de novio y casarme. Y fue Hugo quien me presentó a Dedé, en su casa, un 21 de septiembre. Yo no andaba con mujeres de la noche, de cabaret. Me daban lástima, aparte los consejos de mi viejo no se apartaban de mí. Yo tenía 19 años y ella 17, era 1940. Al año nos casamos. Ella estudiaba pintura y yo seguía loco con la música. Y loco me puso Stranvinsky, cuando una chica me regaló “La consagración de la primavera” y yo me dije: “¿Quién será el loco este?”. En todas las cosas, mi oreja fue Baralis, a él le contaba todo.
Esto pinta parte del genio de Astor, de un tipo que le dio duro a la música en una época bisagra. La obra de Piazzolla es tango, música rioplatense, como quieran llamarla. Pero su genio es iniguablable, y no parte de un virtuosismo innato, sino de mucho laburo, estudio y una profunda convicción.

Sugiero la escucha profunda de la charla con Malveta, porque el cuenta sin vueltas como los tipos no llenaban la olla, sino que cambiaban la plata. De allí, la inestabilidad de las formaciones del Tano Piazzolla.

Se fue. Lo queremos. Lo escuchamos. Y crece nuestra admiración.
Veinte años son un montón!

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