jueves, febrero 12, 2009

Cuestiones ideopáticas y autoinmunes

Comparto ilustrativo relato sobre el poder de la mente.
Algo de esto conversábamos décadas atrás con el por aquel entonces aspirante a Esculapio/médico, Juano Bulacio, quien vaticinaba que gran parte de las dolencias eran ideopáticas y autoinmunes. Hoy el curador de marras, es un dedicado psiquiatra..


En el número del 4 de abril de 1804 se publicó un trabajo -copiado de lejanos cuentos orientales-cuyo
título es "De la imaginación considerada como causa y remedio de las enfermedades del
cuerpo. Exemplo de las tres gotas"
, cuyo epígrafe eximiría de todo comentario, que comienza así:

"Jessem Emir el Omrach, uno de los primeros empleados de la corte de Delhi, se internó cazando
en un bosque inmediato hasta que cansado se sentó y durmió a la sombra de un plátano; al
despertar vio cerca de sí a un anciano a quien preguntó si tenía algún refresco; respondió que sí, y
le trajo una copa de agua fresca y pura. Tomóla el Emir, y al acercarla a sus labios dixo el anciano,
añadiendo; la copa solo contiene bebida, pero en este pomo llevo el elixir de la salud; te has
debilitado en un exercicio violento, y necesitas recuperar tus fuerzas.
-¿Cómo debilitado? replicó el Emir; al contrario; yo hago exercicio para mantener mis fuerzas, en lugar de perderlas con él.
La fatiga gasta las fuerzas, dixo él".
En ese momento se acercaron algunos aldeanos pidiéndole las tres gotas para mitigar diversas
dolencias. Esto no sedujo al joven Emir-realmente sano-, que sólo aceptó la bebida.

Pero pronto su poco saludable trabajo de copero –quien probaba los vinos– del emperador
Shah-Tehan lo enferma y vuelve en busca del "anciano de las tres gotas", que le facilita el remedio
pero le recomienda no mezclarlo con vino.

Ya mejorado el Emir se niega a retomar su antigua profesión, por lo cual el soberano decide
investigar sobre las asombrosas propiedades de las tres gotas.

El anciano se resiste a revelar su secreto, pero ante la insistencia y la presión del Emperador cede y dice:
«Como la intemperancia es la causa más probable del mal, la dieta deberá ser verosímilmente la que lo corrija;
pero este medio es demasiado sencillo, y no causa efecto alguno sobre la imaginación, á la que es necesario dar
pábulo; y este es el destino de las tres gotas misteriosas que yo doy, las cuales no son sino de agua
común, y deben su virtud á la fe con que las toman los dolientes.
Todo mi saber se reduce a apartar todo lo que pueda impedir la acción de la naturaleza, y a persuadir al doliente de que se está
curando.
—¿Cómo? ¿Y no es más que esto? dixo el Emperador.
—No es más, Señor; pues mi secreto estaba tan acreditado que es necesario confesar que merecía aprecio; ahora que ya no es
secreto, tampoco es remedio".


En toda la simplicidad de este cuento se encuentran tanto la importancia del consejo higiénico-dietético como la esencia mágica –ese halo de misterio– de la terapéutica, sea ejercida por el hechicero o profesada por el médico.

Bien dice Hoff que "la inseparable ligazón entre las lesiones orgánicas locales y el conjunto de regulación de todo el organismo en su unidad psicosomática, a menudo no logran la atención que es necesaria".
Pero no olvidemos que el viejo hechicero del relato habla de imaginación, esta será quien ponga en marcha mecanismos subconscientes de autosugestión.
Por otra parte, aun sin adherirnos al concepto psicosomatológico de Hoff, hoy pasado de moda, la salud es un conjunto biopsicosocial indisoluble. No conocerá la intimidad misma de la medicina aquel sanador que desconozca u olvide la integridad
del ser humano, ni logrará éxito con el en termo quien no esté advertido de la relación mágica que existe entre uno y otro.

El brujo sabía mucho mejor esto que algunos egresados de la Universidad. Esta era su ventaja.

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