Hasta no hace mucho, de Kafka se destacaban su desamparo, fragilidad y aflicción, el retrato gris de un ciudadano aplastado por la autoridad de su padre, aturdido en un trabajo de oficina que lo consumía, doblegado por el pánico sexual, incapaz de liberarse de sus propios tormentos y aprisionado en una ciudad (Praga) que, dada su condición de judío, le impedía llevar la existencia acorde que todo hombre merece.
Así y todo, dotado de una asombrosa creatividad pa' las letras, (ir)responsable de algunos de los relatos más fecundos que se han incorporado en el último siglo a la memoria colectiva.
Hasta acá, todo lo que hablamos de Kafka, es verdadero, pero también restrictivo. Kafka es más misterioso, quiero decir, más inagotable que la imagen de un tipo fracasado, que por algún momento se coló en el imaginario colectivo.
Todo el mundo sabe quién es Kafka, o sabe -aunque no lo haya leído- qué significa "kafkiano", lo que supone saber -y no es poco saberlo- que la realidad contiene la perturbadora dimensión que divulga ese adjetivo. No obstante, Kafka es menos kafkiano que sus personales, pese al empeño de tantos bienintencionados exégetas, empezando por el diligente Max Brod, para quien el autor de La condena era más un santo que un fabulador, aunque nunca dejaremos de agradecerle que se ocupara de preservar y dar a luz la obra inédita de su amigo, muy superior a la publicada en vida de Kafka.
Menos abundantes, sin duda, que las interpretaciones, estudios y asedios a la obra de Kafka son los libros generales dedicados a su vida. Las biografías ya clásicas, por distintos motivos, de Max Brod y Klaus Wagenbach, quedaron superadas por la biografía de 1984 The Nightmare of Reason, de Ernst Pawel, y ésta acaso lo será por la monumental de Rainer Stach en tres volúmenes, de la que sólo ha aparecido el segundo,Los años de las decisiones, que cubre el periodo 1910-1915, publicado en español por Siglo XXI, en 2003, a solo seis meses de su edición en alemán.
La aparición del ensayo biográfico de Louis Begley El mundo formidable de Franz Kafka cumple con sólida determinación el cometido de ofrecer una imagen del escritor desprendida de tantas adherencias de mitógrafos, y de ser, al mismo tiempo, una excelente introducción a su obra. Lo extraordinario de este libro es que nada esencial queda fuera; Begley se ocupa, con la minuciosidad requerida, de cuanto fue importante en la existencia de Kafka, y no por acercarse más a lo cotidiano que a lo simbólico su exposición, por lo demás vivificada por un estilo muy ameno, resulta menos eficiente; se abstiene de "interpretar", pero sus observaciones son muy sobrias y suspicaces, nunca traídas por los pelos, como imputar a "la incapacidad o falta de voluntad de Kafka para correr riesgos" el dilema nunca resuelto, que tanto atormentó al escritor, entre su vocación literaria y la seguridad que le proporcionaba su trabajo -en el que llegó a ocupar un alto cargo- en el Instituto de Seguros. El retrato trazado por Begley, sin dejar de ser admirativo y reconstituyente, transmite una infrecuente veracidad.
Algo que no puede decirse, en general, de Cuando Kafka vino hacia mí..., agrupación bastante heterogénea, o más bien promiscua, de testimonios, en algunos casos se dirían deposiciones judiciales, no de escritores contemporáneos -aunque alguno hay-, o de personas que trataron de cerca a Kafka -también-, sino de toda suerte de declarantes, entre ellos una sobrina (que tenía 12 años cuando Kafka murió), compañeros de escuela y de instituto, amigas de sus hermanas, vecinos, ocasionales amigos, en fin, una ronda de testigos que parece convocada para asegurar que Franz Kafka fue un ser humano extraordinario -¡la necesidad de hacer confluir genio y bondad!-, no un ectoplasma con furor caligráfico. Estos alegatos, compilados por Hans-Gerd Koch, quieren contribuir (I hope so), a humanizar, todavía más, al autor de Un médico rural. ¡Hacemos votos para que alcance su cometido!
Hasta acá, todo lo que hablamos de Kafka, es verdadero, pero también restrictivo. Kafka es más misterioso, quiero decir, más inagotable que la imagen de un tipo fracasado, que por algún momento se coló en el imaginario colectivo.
Todo el mundo sabe quién es Kafka, o sabe -aunque no lo haya leído- qué significa "kafkiano", lo que supone saber -y no es poco saberlo- que la realidad contiene la perturbadora dimensión que divulga ese adjetivo. No obstante, Kafka es menos kafkiano que sus personales, pese al empeño de tantos bienintencionados exégetas, empezando por el diligente Max Brod, para quien el autor de La condena era más un santo que un fabulador, aunque nunca dejaremos de agradecerle que se ocupara de preservar y dar a luz la obra inédita de su amigo, muy superior a la publicada en vida de Kafka.
Menos abundantes, sin duda, que las interpretaciones, estudios y asedios a la obra de Kafka son los libros generales dedicados a su vida. Las biografías ya clásicas, por distintos motivos, de Max Brod y Klaus Wagenbach, quedaron superadas por la biografía de 1984 The Nightmare of Reason, de Ernst Pawel, y ésta acaso lo será por la monumental de Rainer Stach en tres volúmenes, de la que sólo ha aparecido el segundo,Los años de las decisiones, que cubre el periodo 1910-1915, publicado en español por Siglo XXI, en 2003, a solo seis meses de su edición en alemán.
La aparición del ensayo biográfico de Louis Begley El mundo formidable de Franz Kafka cumple con sólida determinación el cometido de ofrecer una imagen del escritor desprendida de tantas adherencias de mitógrafos, y de ser, al mismo tiempo, una excelente introducción a su obra. Lo extraordinario de este libro es que nada esencial queda fuera; Begley se ocupa, con la minuciosidad requerida, de cuanto fue importante en la existencia de Kafka, y no por acercarse más a lo cotidiano que a lo simbólico su exposición, por lo demás vivificada por un estilo muy ameno, resulta menos eficiente; se abstiene de "interpretar", pero sus observaciones son muy sobrias y suspicaces, nunca traídas por los pelos, como imputar a "la incapacidad o falta de voluntad de Kafka para correr riesgos" el dilema nunca resuelto, que tanto atormentó al escritor, entre su vocación literaria y la seguridad que le proporcionaba su trabajo -en el que llegó a ocupar un alto cargo- en el Instituto de Seguros. El retrato trazado por Begley, sin dejar de ser admirativo y reconstituyente, transmite una infrecuente veracidad.
Algo que no puede decirse, en general, de Cuando Kafka vino hacia mí..., agrupación bastante heterogénea, o más bien promiscua, de testimonios, en algunos casos se dirían deposiciones judiciales, no de escritores contemporáneos -aunque alguno hay-, o de personas que trataron de cerca a Kafka -también-, sino de toda suerte de declarantes, entre ellos una sobrina (que tenía 12 años cuando Kafka murió), compañeros de escuela y de instituto, amigas de sus hermanas, vecinos, ocasionales amigos, en fin, una ronda de testigos que parece convocada para asegurar que Franz Kafka fue un ser humano extraordinario -¡la necesidad de hacer confluir genio y bondad!-, no un ectoplasma con furor caligráfico. Estos alegatos, compilados por Hans-Gerd Koch, quieren contribuir (I hope so), a humanizar, todavía más, al autor de Un médico rural. ¡Hacemos votos para que alcance su cometido!
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