lunes, mayo 31, 2010

De amores y locuras

Enrique Pinti

Amor y deseo, a veces se confunden en un solo sentimiento ardiente y pasional. Y  suelen alejarse (peligrosamente) de la razón, la autoestima y la sensatez.
El amor tiene razones que il cuore no comprende e infinidad de amigos, parientes y conocidos se entregan a relaciones imposibles.

Hombres que no pueden tener a su lado ninguna mujer que no sea neurótica, mandona, chismosa y compulsivamente infiel.
Padres abusadores, hijos desaprensivos, parejas desparejas y amigos que sólo saben estar en desacuerdo en todo y discutir acaloradamente sobre gustos, política, fútbol y programas de televisión con sus supuestos camaradas, forman una cadena sadomasoquista que no sabe de clases sociales ni de niveles de cultura, información y educación.

En la pobre y sórdida villa miseria o en el lujoso piso de la Avenida del Libertador; en el modesto monoblock del conurbano o en el suntuoso country; en la decadencia de la clase media que se ha convertido en clase a medias o entre los nuevos ricos que han accedido a la buena vida por haberse destacado en la mala vida, los dramas parecen ser los mismos. El pobre, el rico, el culto, el bestia, el conservador y el proletario se unen en la misma queja. "No sé elegir"; "parecería ser Satanás el que se encarga de seleccionarme las relaciones"; "¿qué hago yo con esta mujer?"; "¿qué me une a este engendro de hombre?"; "¿por qué tengo que aguantar cuernos y malos tratos?" ¿Por qué? ¡Porque lo quiero! ¡Porque la amo! ¡Porque cada vez que nos separamos la pasamos muy mal y no podemos vivir el uno sin el otro! Insondables misterios de la croqueta, laberintos del alma en los que los mortales nos perdemos en algún momento de nuestras vidas.

Psicoanálisis, dietas, asistencias espirituales, meditaciones y demás métodos de autoayuda pueden sacarnos de tales angustias, pero hay algo en la naturaleza humana que nos inclina hacia aquello que nos perjudica, a lo angustioso, a lo conflictivo... y a que eso nos guste.

Claro, no todo es neurosis y enfermedad autoagresiva.
El amor verdadero pasa por pruebas difíciles, y si las vence se convierte en un sentimiento sublime.
Basta recordar la relación que mantuvieron durante muchos años la gran Katharine Hepburn y el igualmente grande Spencer Tracy.
Eran agua y aceite. Ella, rica y culta heredera de una familia millonaria, liberal y progresista al extremo, la típica señorita distinguida con ideas socialistas; él, irlandés, católico, bebedor, machista y conservador en sus ideas, pero de extracción popular, de clase trabajadora.
Los dos, superestrellas en una época en que los grandes estudios basaban su prosperidad en las grandes figuras y exaltaban con prensa y promoción el ego de sus contratados hasta dimensiones extremas. Por lo tanto, eran famosos; o sea, sin intimidad posible.

Casado y con un hijo con problemas mentales, por su formación católica y por respeto a su mujer, Tracy no se iba a divorciar por nada. Ella, liberal y feminista como era y siguió siendo, no discutió ni presionó. Fue su amante en una época puritana en la que semejante condición implicaba ser la comidilla de todo Hollywood y, por ende, de todo el mundo.
A ella no le importó, y sin estridencias ni escenas, sin decir una sola palabra, siguió su relación con toda fidelidad y se mantuvo a su lado hasta su muerte, muchos años después, con la integridad de los que saben que el amor a veces no es un lecho de rosas, sino relación conflictiva, sin reconocimiento, sin legalidad, blanco de críticas de cursis y pacatos, corneadores profesionales, pero hipócritas y cínicos que señalan con el dedo lo incorrecto. Relación difícil y ardua, pero no enferma ni neurótica.
A veces la pasión no es insana y patética. Muchas veces es ejemplar, como en la historia de Hepburn y Tracy.
No todo es locura en el amor loco.



Dejemos que alguien nos cante, como pa' comprender esta locura.
Traemos tonce' un tema de Richard Rodgers y Lorenz Hart, compuesto en .. ¡1935!
En sendas versiones, una de la canadiense, vocalista y pianista inigualable, la genial Diana Krall. Y como pa' que no queden dudas, también a la inigualable neoyorquina Carly Simon.
Dos minas, dos (que valen por mil), con dos estilos distintos, no opuestos, sino complementarios.
Disfrutadlos y enamoraos (de la vida).