Declaraciones de Rafael Gumucio, autor de "La deuda"
La deuda tiene cierta velocidad de lectura, pero por otro lado se ve un marcado detenimiento en la construcción de las frases. ¿Cómo es tu relación con el lenguaje?
Tengo una relación contradictoria porque empecé a escribir en castellano a los 14 años. Sabía hablar español cuando llegué a Francia a los tres años, pero no sabía ni leer ni escribir en castellano. Aprendí a escribir en francés, luego el castellano para mí es un idioma adoptado, es un segundo idioma con el que tuve una relación compleja. De extraordinaria libertad, porque siempre sentí que era un idioma en el que podía ser libre, pero siempre me sentí un poco extranjero.
Más que el idioma me importa sintetizar en frases la moral de los personajes y su mundo. Cuando uno tiene algo que decir, y es profundo, el lenguaje encuentra la forma de decirlo. No creo en los escritores que no tienen nada que decir pero escriben bonito y en los escritores que tienen mucho que decir y escriben feo. Disfruto con el idioma y con el lenguaje, pero disfruto mucho con esa pelea para lograr decir de manera sintética y clara, inteligible y divertida, cosas que al mismo tiempo me interesan. En este libro me rebelé contra esas cosas que siento en la literatura actual, que escriben de manera difícil cosas simples y te hacen sentir que están diciendo algo muy hondo y profundo y en verdad no te dicen nada. Yo quería hacer exactamente lo contrario: que un lector completamente distraído pudiera leer este libro, entretenerse y pasarlo bien, y luego que un lector más atento pensara que no era tan tonto.
El mayor halago fue de mi editor que cuando tuvo que corregirlo y editarlo le gustó mucho más porque no encontraba nada que cambiar. Cada frase que escribí, cada diálogo fue pensado. Hubo tres o cuatro posibilidades y versiones en las que testarudé hasta que lo dejé así.
¿Cómo te sentís vos en relación a la culpa?
Woody Allen comparado a mí es una alpargata. Yo soy la culpabilidad misma. Me siento culpable si voy a un restorán y pido poca comida. Si me equivoqué en un negocio y dije algo mal, no quiero ir más a ese negocio porque me produce timidez.
Uno escribe un poco para sanarse de esta enfermedad. He escrito tanto sobre este tema, sobre la culpa, sobre el miedo, que en gran parte no es un problema urgente en mi vida como lo era. De alguna forma, Fernando Girón es una versión mía, de algo que pude ser y no fue: me salvé porque fui capaz de escribirlo.
No soy culposo ideológicamente porque nací en el año '70 y tenía 18 o 19 años cuando cayó el muro de Berlín. Soy bajo de porte, o sea soy chaparro. ¿Cómo se dice aquí?
Petiso.
Petiso. Y los petisos estamos muy pegados a la tierra, por lo cual no creemos en grandes mensajes. No tengo ese tipo de culpabilidad pero sí otra y me doy cuenta que, por ejemplo, en terrenos como la sexualidad soy bastante poco liberado. Mucho menos de lo que yo quisiera o debiera.
En La deuda ninguno de los personajes piensa siquiera en hacer terapia. ¿Cuál es tu relación con la psicología?
Yo empecé a ir a psicoanálisis a los 3 años y voy a cumplir 40. Por supuesto que he hechos saltos entre medio, pero no muy largos. No he ido a psicoanálisis freudiano de sillón, sólo a psicoterapia, pero sí son muy importantes en mi devenir. Yo era un tipo de persona que no podría haber salido a la calle sin tratamiento. Tenía desórdenes severos de todo tipo, hoy día casi no se notan pero siguen ahí. Yo era una persona que no podía salir en la noche, tenía terrores nocturnos, había cosas que no podía vivir, que no podía ver. Tenía una serie de psicopatologías que he ido sanando, pero que me han ayudado mucho para comprenderme a mí mismo y a los personajes que me rodean. Sé que hay muchos escritores que hablan mal del psicoanálisis, pero sigo pensando que Sigmund Freud es el personaje central del siglo XX. Más que Einstein.
¿Uno puede escribir mientras está haciendo terapia?
Sí, sí. Si tú no vas a escribir, no vas a escribir hagas o no terapia, da lo mismo. Yo creo que la terapia no perjudica la literatura, porque no creo que la esencia del escritor esté en sus máscaras, si no en su cara. Esas máscaras son generalmente muy banales. Generalmente el subconsciente de uno es muy banal. Una mala terapia –como cualquier cosa– no ayuda a escribir ni a vivir, una buena terapia sí. A mí por lo menos, me ha ayudado muchísimo. No sé si tú has estado sometido a ella.
Sí, desde hace ocho años.
Claro, eres argentino. [Risas]
La terapia te desnuda personajes y te saca máscaras. Esas máscaras son muchas veces muy buenos personajes literarios. Por supuesto, la terapia vivida de manera dogmática hace mucho daño, luego hay personajes que son fruto del psicoanálisis acentuado que se transforman en seres omnipotentes que creen que todo lo pueden resolver a través de comprender a los demás. Ahí el psicoanálisis actúa un poco de manera deformante porque como tú estás terapiado y los otros no, tú tienes una especie de lámpara que mira al resto. Pero es verdad que eso le sucede a mucha gente que no hace terapia.