lunes, agosto 06, 2012

Homero Alsina Thevenet

Cito a Tomas Eloy Martinez, hablando del inimitable HAT, figura necesaria en los medios actuales. Para el cine, para la vida y para un mejor vivir.
Decía TEM:
Homero Alsina Thevenet fue uno de los mayores intelectuales de América
latina y el más admirable de sus críticos de cine. Los párrafos que
siguen tienden a demostrarlo.
A fines de la primavera en 1958, escribía yo reseñas cinematográficas
en este diario. Trabajaba cada texto con aplicación, comparando mis
juicios con los que encontraba en las revistas de moda, que por
entonces eran Cahiers du Cinéma y Sight and Sound. Uno de mis colegas
(creo que Rolando Fustiñana, el fundador de la Cinemateca Argentina)
me recomendó que más bien leyera a Homero Alsina Thevenet en El País
de Montevideo.
Los diarios uruguayos llegaban a las tres de la tarde a un quiosco de
la esquina de Corrientes y Maipú y se agotaban a las tres y media.
Nunca olvidaré el estado de absoluto deslumbramiento con que me
acerqué al primero de los textos que Alsina firmaba, invariablemente,
con sus iniciales, HAT. Era una presentación breve de Signora senza
camelie, la película que Michelangelo Antonioni había realizado en
1953, que aún no se conocía en Buenos Aires. En cada línea había un
dato, una ubicación de la obra en el contexto del nuevo cine italiano
y un análisis minucioso de sus aportes visuales y dramáticos. Nunca
había aprendido tanto de un artículo tan breve y pocas veces en la
vida se me volvió tan transparente el horizonte infinito de lo que
ignoraba.
Desde entonces me convertí en un adicto de El País y de todo lo que
apareciera firmado por HAT. Salía a las tres menos cinco de las salas
de estreno (que entonces quedaban a pocos pasos, en el extremo este de
la calle Lavalle) para comprar mi ejemplar del diario uruguayo antes
de que se agotara. Estudiaba los textos de Alsina con devoción de
catecúmeno. Dialogaba con él, disentía, me peleaba con sus ideas como
si se me fuera la vida.
Cuando lo conocí, en el festival de Punta del Este, a fines del verano
siguiente, me sentí amedrentado por sus filosos comentarios verbales y
por su erudición inagotable. Sabía tanto y hablaba de lo que sabía con
tanta naturalidad, sin ostentación, que el cine parecía moverse a su
ritmo, y no a la inversa. Fue la primera vez (acaso la única) en que
conocí a un crítico que se desplazaba por su disciplina con más
fluidez que los creadores.

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