miércoles, marzo 03, 2010

Ande habitamos

Veamos que nos dice el lúcido Albino. 
La nota en cuestión publicose hoy (3.3.10) en La Nación.

Los seres humanos somos seres lingüísticos.
Nuestras experiencias se realizan desde el lenguaje, y es a través de él que damos sentido a nuestra existencia. Nietzsche decía que el lenguaje es una prisión de la cual no podemos escapar, y es bien conocida la sentencia de Heidegger: "El lenguaje es la casa del ser".

Precisamente fue a partir de las teorías de estos dos filósofos, y de Ludwig Wittgenstein, con el llamado "giro lingüístico", que se abrió un camino hacia una comprensión diferente de las relaciones entre los seres humanos y el lenguaje, desde la cual éste pasó a ocupar un lugar central.
Siglos atrás se consideraba que el lenguaje era sólo un instrumento para describir lo que percibíamos o expresar pensamientos y sentimientos. La concepción tradicional suponía que la realidad antecedía al lenguaje y que éste se limitaba a dar cuenta de ella.

Una interpretación generativa y activa fue reemplazando esa interpretación pasiva del lenguaje, que lo reducía a su rol descriptivo. Las ciencias sociales en general, pero también la biología y las llamadas "ciencias duras", como la matemática y la física, fueron reconociendo en los últimos años la importancia decisiva del lenguaje en la comprensión de la vida humana.

Tengamos en cuenta que cada día, en nuestras interacciones, expresamos ideas, sentimientos y deseos, preguntamos, sugerimos, saludamos, invitamos, elogiamos, bromeamos, nos justificamos, nos disculpamos, perdonamos, recomendamos, censuramos, ofrecemos, aceptamos, ordenamos, aconsejamos, advertimos, pedimos, suplicamos, exigimos, conjeturamos, autorizamos, juzgamos.
Además, con esos actos del habla, eventualmente buscamos lograr ciertos efectos en nuestros oyentes, tales como convencerlos, persuadirlos, disuadirlos, sorprenderlos, inspirarlos, instruirlos, etc.
Y cada vez que lo hacemos, nos comprometemos de alguna forma con nuestro interlocutor, con nosotros mismos y, en definitiva -conscientes o no de ello-, con la comunidad en la cual hablamos. Así, de alguna manera percibimos que nuestras palabras tienen eficacia, que nuestro hablar produce o puede producir modificaciones en el ámbito en el que nos desenvolvemos.

Por otra parte, actos del habla como "los declaro marido y mujer" o "instituyo como heredero" o "yo te bautizo" -dichos con un adecuado respaldo institucional- y otros de uso tan frecuente como "te prometo", "te acuso", "te prohíbo" ponen al descubierto que muchas realidades sociales lo son únicamente en virtud de las palabras. Cuando decimos a alguien "te juro", no estamos describiendo un juramento, estamos realmente haciéndolo.

El estudio del lenguaje como acción tuvo su origen en la filosofía del lenguaje.
Fue J. L. Austin el primero en sugerir que la emisión de un enunciado conlleva la realización de acciones a través de las palabras. Y como lo señaló J. Searle siguiendo a Austin, "hablar un lenguaje es realizar actos de acuerdo con reglas". Y la forma en que lo externo existe para nosotros es lingüística.

Desde luego, hay dominios existenciales no lingüísticos, pero sólo desde el lenguaje nos es posible darles un sentido y reconocer su importancia. Es innegable que el mar seguirá siendo mar aun si no lo nombramos.
Pero es sólo desde el lenguaje como adquiere un sentido para cada uno de nosotros y para cada cultura, siendo lingüística la forma en que esa realidad existe.

Diferentes autores coinciden en señalar que el lenguaje no es un mero medio entre el sujeto y la realidad, ni tampoco un vehículo transparente o elemento accesorio para reflejar las representaciones del pensamiento, sino que posee una entidad propia que impone sus límites y determina, en cierta manera, tanto el pensamiento como la realidad.
Nuevas teorías sostienen que el lenguaje es acción, porque no solamente hablamos de las cosas, sino que, al hablar, alteramos el curso de los acontecimientos. Y además de intervenir en ellos, establecemos relaciones, definimos la forma en que somos vistos por los demás. Pero también nuestra identidad es un fenómeno lingüístico.

Como resultado de las innovaciones tecnológicas, se están transformando nuestras categorías mentales, la manera en que pensamos sobre nosotros mismos y sobre el mundo. Estamos enfrentando una transformación en la forma de comunicarnos. La profusión de medios de comunicación, las configuraciones de multimedia y el avance de la informática han ido produciendo una transformación de revolucionarias dimensiones en las relaciones económicas, políticas y sociales, en la organización de la vida, en las formas de convivencia, en nuestros modos de pensar y comunicarnos, que da lugar a nuevas concepciones y nuevas teorías en todos los campos del saber humano. Por eso, el lenguaje electrónico ha cambiado la forma en la que convivimos.

Nuevas realidades exigen respuestas diferentes. En la era del conocimiento, de la incesante innovación, necesitamos nuevos paradigmas para sentar las bases de una democracia duradera, para aprender a convivir en la cultura de la complejidad y la diversidad. Sin embargo, todavía no pareciera comprenderse la extrema gravedad que implica el creciente deterioro en el uso del lenguaje, oral o escrito, y la necesidad de su preservación y enriquecimiento, en la vida y en los medios. Porque su deterioro afecta en el mismo grado al pensamiento y a la comunicación.