Duro oficio, el de poeta,
peor aún el de traductor.
Si hasta el Manco de Lepanto
sentenció: traduttore, traditore.
No es por sencillo,
sino por el riesgo de interpretar al otro.
Ponerle voz, a la dura letra,
que proviene de otra lengua.
El traductor es un artesano de las palabras,
un mago, un tipo sensible.
Así habrá sido Jerónimo de Estridón,
Padre Latino que nos legó la Vulgata.
Por su mente (y su pluma) pasó del hebreo
al latín, el Antiguo Testamento.
No conforme con eso, hizo popular el Nuevo,
saliendo del latín culto al vulgar (de allí la Vulgata).
Un tipo que se las trae, para nada traidor,
fué el cultor de este oficio, Don Jerónimo de Estridón.
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