Otra vez la genial poetisa uruguaya, alguien que pareciera leer pensamientos, darles palabra, para luego escribir episodios intensos.
Creo, allí radica el milagro de los poetas sinceros, esos que le ponen a uno la piel de gallina, y que luego de leerlos, se (re)pregunta uno, ande hubo de leer ese texto, o uno muy parecido.
Ha de ser el milagro del (sincro)destino, pequeña casua/causalidad, cortos episodios de dejá vu, que nos ponen de bruces con el destino, el futuro y su construcción:
Al alba bebía la leche, minuciosamente, bajo la mirada vigilante de mi madre; pero, luego, ella apartaba un poco, volvía a hilar la miel, a bordar a bordar, y yo huía hacia la inmensa pradera, verde y gris.
A lo lejos, pasaban las gacelas con sus caras de flor; parecían lirios con pies, algodoneros con alas. Pero, yo sólo miraba a las piedras, a los altos ídolos, que miraban a arriba, a un destino aciago.
Y, qué podía hacer; tenderme allí, que mi madre no viese, que me pasara, otra vez, aquello horrible y raro.
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