Por Norberto Firpo
¿Quieren saber la verdad? Suman amplia mayoría las mujeres que circulan por la vida con alguna chaveta floja y que son socias vitalicias del Club Social y Dietético Incorregibles a Destajo. Vean si no: una chica -flor de casquivana- fue arrestada por la policía por haber cometido la indecencia de andar por la calle vistiendo pantalones. El hecho ocurrió en Jartum, capital de la república africana de Sudán, ámbito en el que la autoridad musulmana ha impuesto un rígido código de usos y costumbres. Indulgente, esa autoridad hizo saber que si la chica vuelve a incurrir en impudicia semejante, deberá prestar su trasero a cuarenta latigazos. Más o menos al mismo tiempo, en las afueras de París, otra muchacha musulmana pretendió -vanamente, a pesar de su insistencia- zambullirse en una piscina pública, envuelta ella en su burka de baño, o sea en su burkini. Se trata de una prenda que sólo deja al aire (y a la vista de tanto señor libidinoso) el óvalo del rostro, manos y pies. La chica se consideró víctima de racismo y xenofobia e inició juicio en tribunales franceses.
Parece indudable que las mujeres son incorregibles, sobre todo en un punto: el de generar incordios allí donde estén, tanto sea en el paraíso terrenal como en el supermercado de la esquina. Y esto se debe, lamentablemente, a que los varones han ido cediendo a gran parte de sus frívolas pretensiones, y encima les han otorgado voz y voto, y para peor derogaron reglas consuetudinarias muy útiles para ponerlas en vereda en cuanto osaran tomar alguna iniciativa o amagaran volverse cocoritas. Las consecuencias de tales imprudencias saltan a la vista: ahí la tienen a la garbosa Sophia Loren, todavía sexy a los 75 años, y por ahí andan muchedumbres de sesentonas, acaso venerables abuelas, tan lozanas y suculentas y a menudo más atractivas que tanta insípida veinteañera.
Lo peor, sin embargo, es que las transigencias masculinas hicieron posible que, hoy por hoy, ellas compitan laboralmente con los varones, incluso en funciones que demandan inteligencia. Sin duda, debe atribuirse a la extinción del machismo nativo que la Global Entrepreneurship Monitor haya certificado que la Argentina ocupa el octavo puesto en el ranking mundial de las mujeres más emprendedoras, cinco puntos por encima de las norteamericanas (puesto 13). O sea que, aun cuando los varones supieron proteger sus bolsillos y adjudicaron a las mujeres el 75 por ciento de los haberes que ellos ganan (en funciones análogas), tal martingala ha servido de poco. Si, como dicen, la preponderancia femenina resulta un sustantivo valor referencial del progreso humano, entonces la palabra resignación es ya un sustantivo masculino.