Eso del tatá y del tatatarata no se entiende mucho; por eso te lo cuento.
Y es que con el de acá al lado no nos vemos, no nos hablamos desde aquel día tormentoso en que se nos partió la balsa contra los grandes hielos, y entre esos bloques quedamos atrapados, mudos de frío en la congeladora oficial, hasta que finalmente ocurrió el milagro de la Navidad.
Por esto te la cuento, porque fue contado en otra historia, que también es esta. Y es: que teniendo ganas de algún chamuyo mateando y pitando un faso; pero estando faltos de mate, faso y palabra, entramos a martillear el iceberg a nudillazos clandestinos, porque eso de saludarnos a ruidito, de comunicarnos a ruido, no bastaba, y tuvimos que domesticar nuestra relaciòn, hacerla a domicilio, que el tiempo se nos venía eterno, y que sería muy lindo poder contarnos, por ejemplo, lo que hacíamos durante el día -que nada se hacía y andá a contarlo-; entonces, puño a la espalda y culo en tierra, entramos a morsear, verbo alusivo a la clave del golpe (hay, para otros golpes, otras claves). Y en nuestro hábitat de focas flacas nacióm en una Navidad, la palabra, tan trabajosa como la primera de Adán.
Pero no disponíamos de una clave en común y hubo que reinventarla. Entonces queel me pasa golpecitos en grupo (seis primero, cinco después, así), y era una palabra alusiva al día, y que si uno deducía la primera letra (6=F) develaba toda la clave.
Y esa palabra fue -y no te rías-: "felicidad".
Aquellos primeros ruidos trajeron estos sonidos ..
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