lunes, junio 18, 2007

Pato Paaaaapá

Es difícil explicar el cúmulo de sensaciones que experimentamos los fanáticos del golf el inolvidable domingo paternal.
Gustavo Fillol Day escribió una crónica fenomenal en ESPN, transcribo la misma por-que me sentí muy/muy identificado.

Disfrutadla!

De entrada estábamos incómodos. ¿Cómo se supone que se debe mirar una ronda de golf por TV? ¿Hay que gritar? ¿Hay que festejar los buenos tiros? ¿Hay que abuchear al rival, aunque no pueda oírnos?
Sí, justamente porque no puede oírnos. Es algo que nunca haríamos si estuviéramos en la cancha. Pero acá, frente a la TV, podemos ser tan antideportivos como para festejar el error del contrincante.
Cada vez que Tiger erraba un putt para birdie, gritábamos como endemoniados. Pero yo les decía: "Ojo con Furyk. Este tipo ya ganó un U.S. Open, y tiene esa mirada... no me gusta nada".
Fue una de esas veces en que odio tener razón. Furyk se embaló en los segundos nueve y embocó tres birdies seguidos. Mis amigos tuvieron que soportar el "Les dije... Les dije..." unas ochocientas veces.

Y Tiger seguía ahí. No metía los putts para birdie, igual que el sábado, algo raro en él, pero entendible en esta cancha. Eso lo igualaba con Cabrera. Los dos pegan el drive como elefantes, y son excelentes con los hierros. La desventaja de Cabrera frente a Tiger y al resto de los ganadores de Majors, es que Tiger y el resto por lo general meten putts. Cabrera por lo general no. Pero en esta cancha eran todos Cabrera. Nadie metía.

Claro que nosotros no pensábamos que era por la velocidad y el movimiento de los greens, sino por nuestro griterío desmesurado.
Cada vez que Tiger jugaba un putt, mis amigos vociferaban el nombre de algún conocido mufa.
En uno de los tantos intentos de birdie "metibles" de Tiger, uno de mis dos amigos gritó un nombre fulminante. La pelota, que parecía irrevocablemente destinada al hoyo, se desvió en el último instante y no entró.

"¡Se la saqué del hoyo! ¡Se la saqué del hoyo!", decía mi amigo, debajo de la montonera que armamos para festejar ese putt fallado.

Después, con todos de regreso a sus lugares, agregó preocupado: "Pronuncié ese nombre... Nunca pensé que iba a animarme a tanto. Ahora debo atenerme a las consecuencias".
Enseguida llegó el derrape de Cabrera. Bogeys en el 16 y el 17, después de que parecía que se había metido el título en la bolsa con el birdie del 15.

"¿Por qué sufro tanto por un tipo que nunca vi en persona y que se va a hacer millonario?", dijo uno de mis dos amigos, como para quitarle dramatismo al momento.
Pero no había forma de sacarle dramatismo. Los tres estábamos temblando.

"Si fuera un amigo, o alguien de tu familia, estarías como loco, ¿no?", le contesté yo. "Bueno, un tipo de tu país es lo más cercano que tenés a vos, después de tu familia y tus amigos".
Todo para tratar de distraernos un poco, y bajar la tensión, pero no había caso.

Comprábamos par en el 18. Después del birdie del 15, uno de nosotros había dicho que Cabrera ganaba con dos bogeys y un par. Yo no estaba tan seguro. Pero ahora el Pato ya había hecho los dos bogeys, así que comprábamos par.

No lo dije, pero cuando la pelota de Cabrera terminó en la parte más alta del green del 18, yo rezaba para que hiciera sólo dos putts. Ni pensaba en el birdie.
El Pato casi me de la sorpresa y lo mete. Lo dejó mucho más cerca de lo que yo esperaba, y se fue alzando el puño. Tampoco lo dije, pero para mis adentros pensé que era un festejo algo prematuro.
Como para auto convencerme comenté: "Está festejando lo bien que jugó el torneo, no está pensando que ya ganó".
La historia dirá que Cabrera ganó el torneo cuando Jim Furyk agarró el palo más largo de la bolsa en el hoyo 17.

Yo había ido al baño, en otro intento por descargar la tensión, y escuché que me gritaron: "¡El Tucán sacó el drive!"
Volví corriendo, con todo a medio acomodar, y riéndome por el apodo improvisado para Furyk pregunté: "Pero ¿no vio que Cabrera hizo bogey?"
No, no lo había visto.

Furyk dijo después del torneo que no había tablero en la salida del 17. Que estaba intentando adivinar qué pasaba adelante, en el grupo de Cabrera, pero que no estaba seguro.

"Escuché unos murmullos", comentó Furyk en una entrevista posterior. "Era obvio que Ángel había fallado un putt, pero no sabía si era para par o para birdie".
De todas maneras, nada habría cambiado. Furyk dijo que, si jugara otra vez ese hoyo, volvería a usar el drive.
Si acertaba el centro del fairway, en su opinión, tenía una "avenida" hasta el green. Si fallaba por la derecha, no era grave; le quedaría un buen ángulo a la bandera. Tiger más tarde hizo par desde el bunker de ese lado.
Y si fallaba por la izquierda, él estaba seguro de que sería corto del green, y tendría una entrada razonable.
Pero la adrenalina te hace pegar más largo, y a Furyk le pasó lo único que no le podía pasar.
Largo y por la izquierda. En un rough impiadoso, y sin green entre él y la bandera.
Furyk, que no tiene la distancia de Woods o de Cabrera, comentó meneando la cabeza: "Nunca pensé que podía pegarle tan fuerte".
El bogey de Furyk dejó a Cabrera sólo en la punta, y únicamente quedaba Tiger.

A Woods le alcanzaba con una madera 3 para llegar al green en el 17, y con dos putts, o con approach y putt, buscar el birdie que lo pondría a la altura del Pato. La tiró al bunker de la derecha, y desde ahí no pudo bajar el hoyo.
Cuando la pelota salió de la arena parecía perfecta para dejarla dada, pero picó en la parte más alta del green, y por lo tanto la más seca y la más dura. Pasó por al lado del hoyo y salió del green.
Argentina respiró.
Woods la devolvió al green y embocó otro de los cuatro putts comprometidos para par que tuvo en los segundos nueve hoyos --"Metí esos, pero no metí los que eran para birdie", diría Tiger después--, y se fue al 18 sabiendo que era 3 o nada.

El silencio en casa era sepulcral.

"Es Tiger", dije yo.

"Es Oakmont", me contestaron.

"Es el 18, el más difícil de la semana", agregaron.

"Pero es Tiger", insistí.

La salida de Woods terminó apoyada contra el rough, y en otra muestra de espíritu antideportivo nos pasamos 10 minutos calculando cómo le molestaría a Tiger el pasto largo que se interpondría entre la cara del palo y la pelota.
A Tiger no le importó. Con el wedge se llevó todo. Pelota, pasto, tierra y las ilusiones de un país. Fue el vuelo más largo de una pelota en los últimos 39 años de historia argentina. Yo no había nacido cuando Roberto De Vicenzo ganó el Open Británico. Tampoco mis amigos, ni Cabrera.
Siempre me desveló esa historia del Open, y el propio De Vicenzo me la ha contado alguna vez, así como la anécdota de la tarjeta mal anotada en Augusta.

"Bueno, si Tiger hace 3, será el desempate que no tuvo De Vicenzo", me animé a decir.

"Callate", me dijeron.

Tiger, según relató después, apuntó a la derecha de la bandera, con la esperanza de que la pelota mordiera y quedara allí, para un putt ideal en subida. La pelota picó justo donde Woods quería, pero no frenó. Nada frenaba a esa altura del día en los greens de Oakmont.
La pelota siguió hasta el fondo del green. Desde allí le quedaba a Tiger un putt "con triple caída", según él mismo describió. "Primero a la izquierda, después a la derecha, y finalmente otra vez a la izquierda hacia el hoyo".
No era muy distinto del putt que había tenido Cabrera poco antes.

"Si el Pato desde ahí casi la mete, Tiger, que es mucho mejor arriba el green, la puede meter perfectamente", sugerí con mi ya descubierto pesimismo.

"Callaaaaaaaaateeeeeeeee", insistieron.

"Sólo describo la realidad", me defendí en voz baja.

La realidad es que esta vez no tuve razón. Cabrera jugó ese putt mucho mejor que Tiger. Tiger no la dejó ni cerca. Nunca tuvo chance. Desde que salió la pelota supimos que no hacían falta maleficios ni invocaciones peligrosas.

Antes de que la pelota terminara de rodar, estábamos los tres abrazados, gritando por un hombre de Córdoba que todavía no hemos tenido el placer de conocer en persona.

"Dale campeóóóóóóóón, dale campeóóóóóóóón".

Un rato después, Tiger nos demostró a nosotros tres lo que es ser un caballero.

"Ángel jugó una ronda de golf excepcional", dijo Woods, "y nos puso mucha presión a Jim y a mí".

Nos quedamos boquiabiertos. No sé que esperábamos del jugador que habíamos abucheado durante toda la tarde. Que le echara la culpa al árbitro. Que despotricara por su mala suerte. Que criticara lo duro que estaban los greens. Pero nada de eso.
El número uno del mundo reconoció los méritos del rival, y nada más.

domingo, junio 17, 2007

El Pato Cabrera y un sueño hecho realidad

[Pensilvania] La centésimo séptima edición del US Open tuvo una jornada final increíble.
Luego de ir en punta al cabo de la primera y segunda ronda, el día sábado el cordobés Angel Pato Cabrera anotaba un amargo 76, seis sobre par, quedando a cuatro golpes del puntero, el australiano Aaron Baddeley.

Quizá el gusto de los hoyos finales de la tercera ronda, donde anotara bogey en los hoyos 17 y 18, planteaban dudas sobre cual sería su actuación en la ronda final.

Ya en el hoyo inicial de la decisiva ronda final, el australiano se derrumbaba con un triple bogey, cediendo la punta para no recuperarla mas. Allí dió comienzo la puja por el campeonato. Que no estuvo exenta de emoción, peligro y tiros que mostraron el increíble nivel y el trabajo que el profesional de Villa Allende, es capaz de lograr.
 
En los hoyos finales fué un cabeza a cabeza con Jim Furyk, y con el Nº 1 del mundo, Tiger Woods.
El punto donde el Pato flaqueó, fué en el par 3 del hoyo 16, al dejar la pelota a 17 metros, y necesitar tres puts para embocar.

Este bogey dejaba a sus seguidores inmediatos a dos golpes.
Y en el fatal hoyo 17, un par 4 de tan solo 313 yardas, Cabrera optó por salir con un hierro, para asegurar el par, y dejar que el resto se esforzase par alcanzarlo.

Fué vital en el trazado de su estrategia, el aliento, la contención y el trabajo de su caddie Eduardo Gardino, quien ya conocía el triunfo en el exigente circuito norteamericano, llevándole los palos al chaqueño José Cóceres, quien ganara el Worldcom Classic en abril de 2001.

Cuarenta años atrás en Liverpool, Roberto De Vicenzo llevaba al podio de un major el golf latinoamericano, superando a Gary Player, Jack Nickaus y Arnold Palmer entre otros.
El marcó un punto de inflexión, que sería seguido por Vicente Chino Fernández, Florentino Molina, Eduardo Gato Romero, José Cóceres, y una legión de jugadores que creció [y crece] exponencialmente.

Independientemente del dinero que embolsó Cabrera por este logro, desde el punto de vista deportivo, ingresó a un nivel superlativo.
Un mundo donde se le abren mas puertas para elegir mejores auspicios.

Para tener una idea, en 2006, el premio para el ganador fué de U$S 1.225.000.-
En línea con los otros majors, el ganador de US Open recibe una serie de privilegios que incluyen su invitación automática para jugar los otros tres majors durante cinco años, y la clasificación automática para el US Open para los próximos 10 años.
Como si esto fuera poco, obtiene la tarjeta para el PGA Tour durante las siguientes cinco temporadas.

Aún es difícil de medir el logro alcanzado por Angel Pato Cabrera, pero hay algo seguro: el golf en toda Latinoamérica no será el mismo desde el domingo 17 de junio de 2006.
¡Felicitaciones Campeón!

viernes, junio 15, 2007

Hasta Siempre Juancito

Estaba hojeando el diario, mientras esperaba el colectivo, cuando subitamente me detuve en las necrológicas. Cosa rara, ya que no soy cultor del obituario.
Pero mis ojitos, [inconscientemente] me decían "por acá pibe, lee acá".
El caso es que en la mañana del martes 12 de junio, partió Juancito Marino.

¿Como calificar un ser multifacético?
Creador del Siniestro Doctor Mortis [radioteatro], como así también guionista de otras geniales tiras. Su veta literaria, se mezclaba con la radio y la música, dando lugar a un genial radioteatro, género realmente difícil.
Juancito no se quedaba allí, gentlemen, cultor del jazz y de toda la música.
Creo fué trombonista, y participó de algunas orquestas en la Patagonia.
La vida me regaló la oportunidad de conocerlo.
Sintonizarlo en la radio chubutense, me llevó a establecer contacto telefónico primero, a través de sus múltiples programas: Ritmo de Tango, Jazz en el Tiempo, El disc-jockey del recuerdo.
Escuchar la música que Juan seleccionaba, y los comentarios que hacía, lograban trasladar a la audiencia toda en el tiempo.
Verlo luego en los estudios radiales, con su maletín primicia y hojas escritas a máquina con los guiones, me daban la certeza de estar frente a alguien que hacía otro tipo de radio.
Mas del estilo de la década del 40, cuando la salida al aire era estudiada/pautada.


Varias veces, tuve discusiones domésticas, por capturar la radio e imponer los programas de Juan, cosa problemática para el mediodía dominguero. Un audífono, terció en las bizantinas discusiones. Pero en casa, todos conocimos a Juan.

Mantuve algunas divergencias musicales con él, entre otras su visión sobre Piazzolla.
Y lógicamente no compartíamos todos los criterios musicales.
Pero eran mucho mas fuertes [y frecuentes] los puntos de coincidencia.


Conversar con él [hasta para discrepar], siempre fué gusto.
A tal punto, que mis Viejos lo conocieron, y rápidamente quedaron encantados con su persona.
Mi Viejo hablaba de variados temas con Juan, y divagaban sobre tópicos varios.

Conocer el archivo de Juancito, fué una sorpresa mas que grata.
Una habitación llena de discos, casetes y otras yerbas, todas ellas prolijamente catalogadas.

De un tiempo a esta parte, Juancito me instaba a escribir un libro sobre Gardel.
El me daría parte del material, para darle forma y parirlo en formato libresco.
Por esas cosas de la vida, o por estar intentando hacer algo similar con escritos de mi Viejo, ese momento nunca llegó. Una deuda ..

Una de las últimas veces que lo ví, yo iba con mi [otrora] pequeño Chucho Agustín, y lo acercamos desde el centro hasta su casa en auto. Lo miró al Benjamín, y vaticinó:
- Tú has de ser muy inteligente.
- ¿Por-qué Don Juan?
- Porque tienes una pera prominente. Igual que yo .. [risas]

Lo cierto es que no se equivocó. Y siempre guardó una figura caballeresca, mitad Quijote y caballero inglés. Encantadora mezcla.

Cuando alguien me hable de Jelly Roll Morton, cita al sello RCA Victor, o al Odeon, allí recordaré al sempiterno Juan, sonreiré mirando al cielo, y habré de prestar especial atención a la música que suene.

Ipse dixit, Quique F.

viernes, junio 08, 2007

Letras Varias y el tren que alumbró el dial de los 80'


En su columna Hic et nunc del Tela de Rayón de hoy, Marcelo Eckhardt desliza algunas cuestiones sobre el plagio de la novela ganadora del Premio Planeta [Bolivia], y un supuesto menoscabo para con el Gordo Soriano. Bolivia Construcciones es la reescritura de Nada de la catalana Carmen Laforet, escrita en 1944. Agustín Viola, un joven estudiante de economía, fué quien alertó del plagio. Las defensas de Di Nucci fueron endebles, a tal punto que el jurado revocó el premio, y causó un revuelo de dimensiones. La novela ya estaba en todas las librerías, y digamos que la estrategia estuvo a punto de "ser perfecta". Respecto del Gordo y cuervo Osvaldo Soriano, las polémicas muestran diversas posturas. Soriano fué un laburante de la escritura, bien bohemio, y era consciente que tenía un estilo propio, pero lejos de las posturas académicas. Medio que siempre lo resistió. Puede que su estilo no tuviese todos los recursos lingüísticos o prolijos de la gramática española. Sin embargo, su oficio de periodista le dió esa cintura que le permitía manejarse con soltura, y pasar de textos breves, rápidos, a relatos de largo aliento, manteniendo el hilo conductor. Hoy a diez años de su partida, vemos con tristeza que librerías y editoriales, han optado por retirarlo de los escaparates. El suplemento Ñ lo rescata con esta serie de cuentos que publica, y lo eligió como continuador de la primera selección, que fueron los gloriosos cuentos de Fontanarrosa. Personalmente, prefiero la escritura del Negro, pero Soriano es una figura ineludible de nuestra realidad literaria. Mal que le pese a algunos. Quizá sea muy arltiano, pero el Gordo logró conquistar a su público por prepotencia de escritura. Pegadito nomás Marcelo tiene otra columna [evidentemente un sostén de Tela de Rayón el ME], donde alude a dos genialidades dos: Azafata del tren fantasma [Spinetta, 1974], y al propio Tren Fantasma, creación de Omar Cerasuolo que se emitiera por FMR en los 80'. Azafata, fué emitida el domingo en el programa "Lo pasado, pensado". Concretamente narraba, algo de lo que Marcelo vuelca en palabras, imágenes patéticas que no podíamos encuadrar. Pero el título, y la visión del Flaco ciertamente fueron señeras, fué algo mas que un susto .. El Tren Fantasma .. Ese sí que fué un programa que marcó historias. Lo sintonicé prácticamente desde el 78'. Iba los fines de semana. Por aquel entonces, la FM era algo nuevo, no había muchas. Pero Radio Rivadavia, tenía la programación que uno podía retirar por la mesa de entradas de Pueyrredón y Arenales. Emblemático y querido lugar, que me hace recordar al barrio de toda mi etapa escolar y de muchos años mas. Esa esquina, quiso que Víctor Arriague, fuese el genial Doctor Pueyrredón Arenales, cuando acompañaba al Hetitor Larrea en "Rápidisimo". Pero Omar Cerasuolo, el factotum del tren, hacía cosas insólitas: desde las promo "el Tren Fantasma .. una embajada en subida". La música que sintonizaba allí era toda nueva: Madness, Los Ramones, The Clash, Bob Marley and the Wailers. Recuerda Cerasuolo: "En esos años no teníamos computadora y todo lo hacíamos con un grabador de "Cuatro cabezas" y lográbamos uniones increíbles: Gardel con Los Beatles; Sandro con Pink Floyd y Elvis. En ese momento se plasmaban hasta las tandas con artística, sistema que, con excepción de la Rock & Pop, hoy ha desaparecido. Allí estaban como ayudantes Luca Prodan, Miguel Abuelo, Pipo Cipollatti y Andrés Calamaro". El tren fantasma: ¡todo un lujo!
Hoy contamos con un arsenal de medios a disposición, pero huelgan las genialidades.
¿Será que tanto las editoriales [y las letras], como el dial tienen sed de reallity?




martes, junio 05, 2007

Hiperlibros

José Luis de Diego (director), Editores y políticas editoriales en Argentina, 1880-
2000 Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2006, Colección "Libros sobre libros", 267 páginas.

Este volumen, de la colección titulada "Libros sobre libros", agrupa un conjunto de trabajos sobre distintas etapas del mercado editorial en la Argentina durante un período de 120 años.
Los artículos, escritos en su mayoría por investigadores del área de Letras (aunque los hay también de otras disciplinas: bibliotecología y traducción jurídica) enfocan sobre todo la edición de textos literarios y vinculan ese tema con otros específicos de ese campo, como las modificaciones del canon, la prevalencia de géneros, los vínculos entre literatura y cultura masiva, la relación entre política y ficción, las concepciones estéticas, el exilio de autores literarios, las polémicas entre escritores.
El director del tomo –que ha conducido el grupo de investigación en la Facultad de
Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata durante dos años– explicita el recorte a partir del concepto de "impacto cultural" en el campo restringido de la literatura de autor argentino.
Los trabajos no son homogéneos, puede verse en ellos las apuestas particulares de sus autores, a partir de las perspectivas con que tratan el ciclo estudiado, las cuestiones que ponen en foco y los conceptos con que las abordan.
A continuación, una breve referencia a cada artículo será el modo de presentar el conjunto.

En "1880-1899. El surgimiento del mercado editorial", Sergio Pastormerlo plantea, en coincidencia con Adolfo Prieto, que durante esa etapa la cultura letrada se escindió en dos circuitos diferenciados: por un lado, un ámbito reducido destinado a una minoría social, por otro, un circuito popular con lectores nuevos provenientes de capas hasta entonces excluidas de la lectura.
Esta transformación radical generó cambios en las funciones, cada vez más profesionales, de los impresores, libreros, editores y críticos.
La investigación nos muestra, con memorable nitidez, los giros históricos de la cultura letrada a través del análisis minucioso de dos de sus manifestaciones: los editores y las colecciones de libros. A través de figuras como las de Casavalle, Coni o Tommasi, y del carácter de sus emprendimientos ("patrióticos", de intención formativa o meramente comercial, modestos o lujosos) se nos presenta a los actores sociales implicados en las empresas de edición, y se revelan los aires, coincidentes o divergentes según el caso, que movilizaron sus éxitos o fracasos.

"1900-1919. La época de organización del espacio editorial" de Margarita Merbilháa, analiza el ciclo de progreso ascendente que tanto el auge de la demanda como las oportunas prácticas editoriales produjeron en las primeras dos décadas del siglo XX.
El trabajo se centra en proyectos que buscaron ofrecer libros de valor literario y calidad de impresión "superiores" que fueran al mismo tiempo accesibles para un lectorado amplio.
Se analizan los propósitos y criterios que presidieron el catálogo de La Biblioteca de La Nación, dirigida por Roberto Payró desde comienzos del siglo y dos propuestas algo más tardías, la Biblioteca Argentina de Ricardo Rojas y La Cultura Argentina, de José Ingenieros.
La comparación muestra, por un lado, ciertas condiciones comunes (las estrategias para captar un lectorado amplio), y por otro, las diferencias ideológicas que implicaron criterios divergentes para la selección de títulos.
Completa el panorama la referencia a la fundación de editoriales por parte de Juan Torrendell y Manuel Gálvez: la popularísima Editorial Tor y la Cooperativa Editorial de Buenos Aires, respectivamente.

Verónica Delgado y Fabio Espósito, en "1920-1937. La emergencia del editor moderno", emprenden la investigación de una etapa en la que, según los autores, continuó el crecimiento de la producción para el mercado interno, aunque sin llegar al completar el "verdadero despegue" que vendrá después. Durante la primera guerra mundial, la merma de la industria editorial europea, que hasta entonces dominaba el mercado latinoamericano, dio lugar al crecimiento de empresas nacionales abocadas a la franja más dinámica, la de los libros baratos.
Se nos explica la interacción de factores que propiciaron el desarrollo o retardaron el proceso durante esos años (políticas educativas, red de bibliotecas populares, Ley de Propiedad intelectual, tasas aduaneras, formas de distribución) y se aporta valiosa información sobre las editoriales y los editores más relevantes de esta etapa: Gleizer, Samet, Glusberg, Zamora y Torrendell.

En "1938-1955. La 'época de oro' de la industria editorial" y "1976-1989. Dictadura y democracia: la crisis de la industria editorial", el director del volumen aborda dos ciclos de signo opuesto, de auge y declinación de la producción de libros.
En el primero, José Luis de Diego se aboca a una etapa en que la edición se dirigió en gran medida al mercado externo, disponible por la merma del libro ibérico a causa de la guerra  civil española. Se nos informa sobre el proceso en que varios españoles residentes en el país realizaron importantes inversiones para dar origen a casas como Espasa-Calpe Argentina, Losada, Sudamericana, Emecé, entre muchas otras de menor envergadura.
Según se señala, la orientación de estas empresas al mercado externo hizo que la 'época de
oro' de la industria editorial argentina no coincidiera con el auge de la literatura de autor argentino. El segundo artículo de de Diego retoma problemas desarrollados en un libro anterior sobre el período (¿Quién de nosotros escribirá el Facundo? Intelectuales y escritores en Argentina (1970-1986)).

En "1956-1975. La consolidación del mercado interno", Amelia Aguado repasa la situación de la industria editorial, especialmente en el ámbito del texto universitario y profesional y se detiene especialmente en los casos de Sudamericana, Eudeba y Centro Editor de América Latina.

Malena Botto, en "1990-2000. La concentración y la polarización de la industria editorial", realiza un análisis del impacto de la política neoliberal en el mercado del libro. Como en la 'época de oro' abordada por de Diego, aunque por otras razones, tampoco acá el crecimiento en términos estadísticos implicó un desarrollo del libro de autor argentino. La adquisición de editoriales por parte de capitales extranjeros activó una lógica de mercado desligada de cualquier interés que no fuera el de la ganancia. El artículo despliega los mecanismos implicados en ese proceso: reducción de las tiradas, segmentación de la oferta y la demanda, competitividad extrema.
La concentración de todo el mercado en unos pocos grupos editoriales generó, como efecto secundario, el surgimiento de editoriales independientes que comenzaron a funcionar con reglas más cercanas a la lógica del capital simbólico (y al intercambio entre pares) que a la del capital económico.
Un anexo, "Aspectos legales e institucionales de la industria editorial argentina" de Silvia Naciff, ofrece al lector una útil cronología con los principales aspectos que regularon la actividad a lo largo de los siglos XIX y XX: surgimiento de asociaciones, fundación de instituciones, creación y modificación de estatutos, sanción de decretos y leyes, entre otros.

Como se ve, el objeto de estudio abre una amplia perspectiva que permite imaginar múltiples
investigaciones futuras a partir de los caminos trazados en el volumen. Y esto porque aborda un universo escasamente estudiado en la Argentina. Más allá de algunos trabajos aislados cuyas conclusiones se retoman acá, sea como parte del estado de la cuestión o para ser discutidos (algunos, realizados varias décadas atrás, como los de Domingo Buonocore y Jorge B. Rivera; otros, más recientes, como los de Leandro de Sagastizábal o Fernando Degiovanni), no se ha investigado de manera sostenida la historia de la edición y de las políticas editoriales, factores imprescindibles para el estudio de la literatura como institución.
Geraldine Rogers