SE CUMPLEN 90 AÑOS DEL NACIMIENTO DEL INOLVIDABLE "CUCHI" LEGUIZAMON
El artista salteño enriqueció armónicamente los lineamientos del folklore, incorporó a Schöenberg y Satie a su paleta compositiva, pero nunca se alejó del paisaje que sentía como propio. A través de las creaciones que interpretó el Dúo Salteño y hoy versionan decenas de artistas, su obra se mantiene vital y moderna.
Músico exquisito, músico popular, músico argentino. Gustavo "Cuchi" Leguizamón reunió todos esos adjetivos. No muchos lo logran. Su obra es un mojón de la cultura argentina, una guía poderosa, apasionante, que invita a ser gozada. Que exista su música hace pensar que en este país las cosas pueden ser distintas. A veces cuesta creerlo, como cuando se edita un registro histórico suyo (uno de los pocos que existen) y pierde en su categoría en los Premios Gardel. Otras veces el panorama se presiente cargado de futuro, como cuando tantos nuevos artistas talentosos recuperan la obra del Cuchi, a su modo, porque sienten que les habla desde el siglo XXI. Hoy este hombre cumpliría 90 años, y su obra sigue vital y nueva, esperando a ser interrogada.
Gustavo "Cuchi" Leguizamón nació un 29 de septiembre de 1917 en Salta. Fue abogado, como correspondía al hijo de una familia de apellido patricio, bisnieto de un gobernador de la provincia. Fue profesor de Historia (o "de historieta", como prefería definir), también se interesó por la política y llegó a ser diputado por el Movimiento Popular Salteño. De su rancio abolengo, sin embargo, sólo conservó la pinta, el hábito del saco con chaleco en toda ocasión. Anduvo más cerca de otros. De ése al que canta en su "Chacarera del expediente": "El pobre que nunca tiene ni un peso pa' andar contento, no bien se halla una gallina, que ya me lo meten preso"; del anarquista Juan Riera, al que homenajea con su ladero Manuel J. Castilla en la "Zamba de Juan Panadero". Murió pobre, legó un piano que no llegó a hacer afinar por falta de dinero. Su biografía bien puede desmentir la chicana populista que indica que el folklore argentino es algo que inventaron unos cuantos descendientes de la aristocracia salteña.
En su obra incorporó todas las influencias de la música que amaba, la del norte argentino, pero también del jazz o de compositores como Arnold Schöenberg o Erik Satie (a quien le dedica una bellísima versión de la "Zamba del pañuelo" en el registro En vivo en Europa). Así se escucha el dodecafonismo de la Segunda Escuela de Viena con el canto coplero de la puna, como lo más natural del mundo. El Cuchi trastornó armónicamente los lineamientos del folklore, pero contando y cantando al paisaje que sentía propio. Ese paisaje está en su música, no como una enunciación ni como una declaración de principios. Simplemente está. Está el viento haciendo eco en los cerros, está el acento de sus comprovincianos, están también los animales, con los que mantenía serias conversaciones silbadas, y evocó en temas como "El rococo" (el sapo inventor de la chacarera, según él) o "Chacarera del zorro".
Entre las cerca de cien obras de Leguizamón registradas en Sadaic, "Maturana", "Balderrama", "La pomeña", "Si llega a ser tucumana", "Zamba del pañuelo", "Zamba de Lozano", "Serenata del 900" son algunas de las más conocidas, multiplicadas en interpretaciones de artistas de los más diversos géneros. El Dúo Salteño, la formación en la que Leguizamón confió para ponerle voz a su obra, volvió a reunirse recientemente para mostrar en esos contrapuntos imposibles la forma en la que Leguizamón inquietó armónicamente al folklore.
Del Cuchi, en cambio, los registros son escasos. Así es que uno de los compositores fundamentales de este país, también intérprete destacado, editó sólo dos discos en vida, además de los escasos registros que trabajó con el Dúo Salteño: el primero, en 1969, hoy inhallable, interpretando el piano de un lado, y del otro tocando la guitarra y cantando; el segundo, editado en 1988 por Melopea. En 2004 Página/12 editó Gustavo Cuchi Leguizamón en vivo en Europa, un registro único que, nominado a los Premios Gardel, perdió en su categoría. Quedan, sin embargo, las grandes recopilaciones de su obra: el excelente trabajo en el que Liliana Herrero y Juan Falú recuperan sus composiciones con Manuel Castilla, las aproximaciones de intérpretes como Lorena Astudillo o Negra Chagra. Y las de tantos otros que, a veces sin darse cuenta, incorporan sus temas a sus repertorios.
Juan Martín y Delfín Leguizamón, dos de los hijos del Cuchi, explicaban de este modo la relación de su padre con la industria del disco, en una entrevista publicada en este diario: "El Cuchi se llevó toda su vida muy mal con las discográficas. Nunca aceptó que le impusieran condiciones leoninas de contratación, y mucho menos limitaciones a su obra. El decía que los empresarios de las discográficas tenían que preguntarle a él cómo se hace un disco, no enseñarle a hacerlo". Hoy esa relación seguramente sería aún más imposible. "¿Cómo ve al folklore en 1971?", le preguntaban al Cuchi en una entrevista (ver aparte). "Como un negocio suculento. Se promueve el comercio y no al verdadero talento. Para desarrollar cualquier buena obra se necesita un tiempo interior. El folklore es hoy un comercio de poco vuelo. Y así estamos...". Así estamos. Su música es hoy un arma cargada de futuro.