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lunes, octubre 19, 2009

La naturaleza de los sueños

Otra vez la genial poetisa uruguaya, alguien que pareciera leer pensamientos, darles palabra, para luego escribir episodios intensos.
Creo, allí radica el milagro de los poetas sinceros, esos que le ponen a uno la piel de gallina, y que luego de leerlos, se (re)pregunta uno, ande hubo de leer ese texto, o uno muy parecido.
Ha de ser el milagro del (sincro)destino, pequeña casua/causalidad, cortos episodios de dejá vu, que nos ponen de bruces con el destino, el futuro y su construcción:

Al alba bebía la leche, minuciosamente, bajo la mirada vigilante de mi madre; pero, luego, ella apartaba un poco, volvía a hilar la miel, a bordar a bordar, y yo huía hacia la inmensa pradera, verde y gris.
A lo lejos, pasaban las gacelas con sus caras de flor; parecían lirios con pies, algodoneros con alas. Pero, yo sólo miraba a las piedras, a los altos ídolos, que miraban a arriba, a un destino aciago.
Y, qué podía hacer; tenderme allí, que mi madre no viese, que me pasara, otra vez, aquello horrible y raro.

jueves, octubre 01, 2009

De almas y vampiros

Mi alma es un vampiro grueso, granate, aterciopelado. Se
alimenta de muchas especies y de sólo una. Las busca en la
noche, la encuentra, y se la bebe, gota a gota, rubí por rubí.
Mi alma tiene miedo y tiene audacia. Es una muñeca grande,
con rizos, vestido celeste.
Un picaflor le trabaja el sexo.
Ella brama y llora.
Y el pájaro no se detiene.

Marosa te lo lee, aquí

martes, septiembre 22, 2009

La liebre de marzo (1981)

Cantan los pájaros, cantan,
con todos sus trinos, gorgoritos.
(Y me dan miedo.)
Después de la lluvia, el mediodía.
Parece que todo está perdido ya, puesto en el agua.
Vendrán días solitarios.
Muy blancos, muy blancos;
una terrible concentración de liebres.

Magnolia

A la memoria de mi abuela,
Rosa Arreseigor de Médicis,
a su alma de magnolia, de
agua, de ángel.

"Nací y vivo en Salto del Uruguay,/una ciudad que queda cerca del agua y de la luna./ Mi infancia está en los campos,/ los árboles, los demonios,/ los perros, el rocío;/ queda en medio del arvejal,/ y adentro de la casa,/ a veces venía a visitarme el arco iris,/ serior como un hombre,/ las larguísimas alas tocando el cielo./ Mi infancia es la luna, patente como una rosa,/ y el grito de los muertos./ Mis libros de poemas se llaman/ Poemas, Humo,/ Druida, Historial de las violetas, Magnolia,/ Lo demás, es todavía, hoy y mañana,/ y no me importa".

2 - Magnolia

Al atardecer la muchacha dejaba el alto bosque, y a su paso las achiras con las grandes flores rojas parecidas a sexos de arcángeles demasiado vaporosos y libidinosos. Miraba de soslayo los enormes pétalos y se estremecía; y el camino iba hacia abajo y ella, y desde el aire algún viejo santo caía revoloteando a movérsele en las manos; y así lo apresaba, y eran el último temblor, el golpe de las alas; y el camino iba hacia abajo y ella loca de miedo a través de toda la heredad, la vieja arboleda, les entregaba el muerto para que lo asasen durante media hora, lo aderezasen, con alguna hortaliza dulce, alguna cebolla fantástica.

1 - Magnolia (1965)

Aquella muchacha escribía poemas; los colocaba cerca de las hornacinas, de las tazas. Era cuando iban las nubes por las habitaciones, y siempre venía una grulla o un águila a tomar el té con mi madre.
Aquella muchacha escribía poemas enervantes y dulces, con gusto a durazno y a hueso y sangre de ave. Era en los viejos veranos de la casa, o en el otoño con las neblinas y los reyes. A veces, llegaba un druida, un monje de la mitad del bosque y tendía la mano esquelética, y mi madre le daba té y fingía rezar. Aquella muchacha escribía poemas, los colocaba cerca de las hornacinas, de las lámparas. A veces, entraban las nubes, el viento de abril, y se los llevaban; y allá en el aire ellos resplandecían; entonces, se amontonaban gozosos a leerlos, las mariposas y los santos.

28 - Cumbres Borrascosas - Mesa de Esmeralda (1985)

Reptas como una miel extraña y valiosa; pero no vienes, yo soy la tarde.
Y la "miel" se izó sobre sí y por un tallo de diamela que estaba cerca, y dijo: — Aquí estoy; para lo que sea, regocijo, pecado, fuere lo que fuere.
La tarde estaba sentada, blanca, rara, (como marosa), el cabello rojo, cuya punta tocaba el suelo. Dijo: —No, no, yo no acepto nada; sea lo que sea.
A nada amo.
Y no quiero ramo de flores en mi mano.