sábado, agosto 01, 2009

Dormitorios tranquilos ..

En su columna semanal, intitulada "Rigurosamente incierto", Norberto Firpo ensaya otra hipótesis sobre el ronroneo en los habitáculos vernáculos.
Viene a ser algo así como la mirada criolla, sobre el día D de los británicos, que curiosa/causal o casualmente coincide con el cumpleaños del amigo/hermano Alejandro Sassaroli/Sorana, ser siempre bien dispuesto.

El agrimensor Mesalino Pe-ribáñez ha comenzado a sufrir los efectos de una severa perturbación fisiológica, cuyas manifestaciones se parecen bastante a las previstas hace pocos días por especialistas de la Sociedad Argentina de Sexualidad Humana y por sexólogos del porteño Hospital de Clínicas. Esos doctores han detectado que los varones adultos, y sobre todo los que habitan grandes urbes, revelan notorio decaimiento de su libido, a extremos de que su capacidad para el arrumaco, o bien para encarar una situación descaradamente erótica, más bien flamígera, es casi nula, se halla a la altura del felpudo. No pocas eminencias médicas admiten que una libido achuchada, indiferente a las incandescencias del amor, suele resultar consecuencia neurológica de la sarta de aflicciones, ingratitudes y bajonazos que prodiga la vida cotidiana.

En tal sentido, Mesalino Peribáñez ha debido reconocer que, últimamente, se siente un poco decaído, atribulado se diría, casi sin ganas de revalidar sus aptitudes de fauno montaraz, o de ventilar su porte de galán recio y arrogante, ese atributo que le dispensaba matrícula de irresistible seductor. Ahora, acaso porque ciertas circunstancias sociales y políticas lo deprimen, y porque el Gobierno persiste en navegar mares picados -bastante propicios para que los pasajeros de tercera clase padezcan angustia e incertidumbre-, el asunto del sexo le suena lejano y ajeno, como irrelevante, como si ya no le importara.

Los médicos del ramo no ignoran que ciertas hormonas pérfidas, como la prolactina, son depresoras, inhiben el apetito más íntimo y contribuyen a que las glándulas que producen la valiente testosterona -¡de pie, caballeros!- se declaren en huelga. Y, desde luego, esos médicos también saben que una malévola variedad de factores exógenos, de raíz psicosomática, se las ingenian para que en los dormitorios reine una paz ominosa, tan triste que a menudo genera los desvelos del resentimiento.

Los expertos en el tema coinciden en este punto: la sexualidad humana, y sobre todo la del varón, es cada vez más vulnerable a toda clase de inestabilidades, sean las que provienen del ánimo o del bolsillo, o bien las que insufla el estrés, o las que rigen ciertas domésticas condiciones de afectividad? En suma, las que erosionan la autoestima.

Peribáñez se debate en una duda atroz: no sabe si echarle la culpa a la clase política, a su juicio responsable de que el país ande como anda y, por carácter recíproco, también responsable de sus espeluznantes desventuras de alcoba. La duda radica en esto: a veces, muy a su pesar, cree que el circunstancial extravío de sus estímulos sexuales se debe a que está por cumplir 98 años.

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